Los “indignados” están por todas partes. Llenando los espacios de la Puerta del Sol y también negándose a terminar con la toma de la catedral de San Pablo en Londres, pasando por más de 700 capitales y ciudades importantes, abarcadas por este fenómeno de las protestas juveniles, contra la alteración impune de los valores más importantes de la sociedad, que tiene como responsables a los banqueros y políticos del sistema.
A nuestro lado, en la nación hermana, los universitarios y secundarios acompañados por gran parte del pueblo y con la bandera de “la educación para todos” no cesan en sus movilizaciones. Están hiriendo el talón de Aquiles del capitalismo liberal que, para imponerse globalmente, ha debido recurrir a todos los medios, como la represión y las dictaduras de derecha, tratando de impedir que la gente “piense” con libertad y acierto. Porque la racionalidad es su peor enemigo.
Se multiplican las reuniones y las consultas a nivel internacional para ayudarse a solucionar este tembladeral, originado no sólo por la descomunal crisis financiera sino porque esa circunstancia ha destapado, sin ninguna delicadeza, las falencias del capitalismo y su manera progresiva y agresiva de imponerse en el mundo.
Es indudable que los recursos para desvirtuar los valores realmente democráticos, han sido variadísimos y eficaces. Ningún reparo en arrasar culturas, aludiendo a terrorismos como en el caso de Irak, ni a inventar conspiraciones como en el de Irán, ni mucho menos en la apariencia cruel de restablecer “su” democracia como en Libia, matando impunemente a civiles de todas las edades y asesinando e un líder carismático como Kadhafi, con ensañamiento que infunda temor a quienes pretendan en el futuro negarse a la entrega de sus tierras, su petróleo y su oro. Quieren, indudablemente, dar un aviso atemorizante. Y ojalá que no sea también un anuncio de los planes que se alimentan para más adelante, con respecto a las riquezas naturales de los países más cercanos, en los que ya tienen establecidas sus bases, que aparentan ayudar a la explotación de las riquezas locales, cuando la verdad es que las roban, con la complicidad de muchos de los de adentro.
Pero los ya millones de jóvenes que llenan las calles de los países más poderosos
y sus reclamos irrefutables no les dejarán reposar los oídos, ni los bolsillos.
Y aquí, ya no al lado, sino entre nosotros, como una continuidad, pero por otro camino, la avalancha optimista de una juventud no de indignados sino de entusiasta aprobación de un proyecto nacional, que a pesar de imperfecciones y lentitud, inevitables por las fuertes resistencias, va avanzando con soluciones, admiradas incluso por muchos países y organismos internacionales.
Una juventud que, con toda la fuerza que puede tener la indignación frente a lo que se descubre como injusticia social excluyente, se entusiasma, grita y baila aclamando los logros y las esperanzas puestas en el futuro para un proyecto en el que ya se han dado pasos gigantescos, hacia la justicia, la inclusión igualitaria y la restauración parcial de los derechos de los más pobres. Es la particularidad actual de la juventud argentina.
Promesas, descrédito, maniobras engañosas de los medios y las corporaciones, no han sido suficientes para detener la fuerza arrolladora de esta generación que ya aprendió a descubrir el engaño y la mentira de las promesas y las críticas desestabilizantes y a creer en las realizaciones paulatinas y concretas de los grandes objetivos del bien común.