Mucha gente afirma que en un mundo tan materialista como el nuestro, hay necesidad de mayor espiritualidad y por eso las multitudes (y las empresas privadas de transporte) se lanzan fervorosamente hacia cada lugar en donde aparece un indicio de la presencia divina.
Lo primero a advertir acerca de ese razonamiento es que esas personas evitan mencionar la causa última de ese materialismo que son los intereses económicos, elevados a su mayor potencia por el sistema capitalista. Las apariciones de la Virgen María, oficializadas y canonizadas por el Vaticano con oportunidad de Lourdes (para favorecer la definición del dogma de la inmaculada concepción) y de Fátima (para contrarrestar al comunismo ateo) se han multiplicado indefinidamente. Así han llegado a superar otras famosas de Jesús en el sagrado corazón hablándole a María de Alacoque o en visiones de Juan de Arco, o los milagros eucarísticos con presencia de sangre mostrando la presencia no sólo viva sino corpórea de Jesús.
Ahora, hay vírgenes por todos lados. Cada nación, cada clase social, cada circunstancia histórica tiene su aparición y moviliza multitudes. No bastan las devociones con que la gente común santifica a diversos gestos heroicos como la difunta Correa o el gauchito Gil o simplemente a personajes del espectáculo canonizados por una muerte trágica como Rodrigo o Gilda.
Aquí se trata de algo que la Iglesia católica admite y fomenta sutilmente. Un culto a María alimentado con fantasías e inseguridades, calificadas oficialmente como respetable religiosidad popular o intervención maravillosa de Dios en el quehacer de los hombres. Hay para todos los gustos: imágenes que lloran, otras que sangran, otras que transpiran. Las que hablan distintos idiomas, las que dejan mensajes de conversión y, sobre todo las que ofrecen y realizan curaciones admirables.
Innumerables modelos de rostros, vestidos y mantos. A veces uno tiene ganas de que salga el letrerito acostumbrado en la TV: “la virgen María se viste…en…”.
Una imagen que, cuando fue retirada después de larga permanencia en un mismo sitio, deja la sombra de la silueta como mancha en la pared, es suficiente (sucedió en Alta Gracia) para que una multitud renueve toda su devoción y se agolpe para contemplar una nueva aparición de María. No hace demasiado tiempo, un foco eléctrico con la resistencia quemada que se estampa en el vidrio como monograma de María era motivo para interpretar que María estaba dando avisos sobre el horroroso anuncio de los mensajes de Fátima. Y, de paso, para coleccionar “bombitas” y venderlas con promesa de milagros.
Ha llegado a Córdoba la supuesta vidente de Salta María Livia, en una misión difusora de su privilegio de conversar con María y producir, en base al contacto con ella, un clima de espiritualidad en el cerro, en que atiende a sus devotos, con desmayos, éxtasis y curaciones. Puede llenar estadios.
¿Está creciendo la fe en Dios? ¿Las multitudes que se agolpan en el Uritorco o en el Chateau o en el Orfeo como las que se electrizan con las interpretaciones de conjuntos de Hard Rock o Metal están ansiosas de espiritualidad? Si todo esto convoca multitudes ¿Sólo en la iglesia católica no constituye por eso mismo un signo de lo auténticamente espìritual? ¿El éxito multitudinario no es signo de la presencia de Dios? ¿O son sólo divinizaciones, (canonizaciones se llaman en lenguaje católico) con frecuencia comercializadas, resultado de fantasías enfermizas o necesidades no remediadas que causan esa inseguridad de náufragos aferrándose a cualquier cosa? Es para pensarlo ¿verdad?
La dignidad de María se funda en que fue madre de Jesús y su primera seguidora. El resto de los títulos por más que quienes se los aplican vean bailar el sol tienen su explicación en sugestiones individuales o masivas muchas veces planeadas con distintos intereses (como hacer ver que ésta con apariciones es la verdadera iglesia) y basadas otras en la necesidad de aferrarse a algo para remediar inseguridades de cualquier índole.