Toda risa. Así la definen a la campesina Eli Sandra Juárez que nació rodeada de quebrachos santiagueños el 12 de julio de 1977. Las fotos la muestran con sus hijos: Damián (14) y Agustina (7), su esposo Gustavo –que cortaba leña, quemaba carbón y criaba animales– o sus ahijadas en la iglesia. Las fotos la muestran pero ella no está. Ni su imagen es reconocida. Eli es una víctima más del atropello de la frontera agropecuaria. Y, como muchas mujeres, es la que le puso el cuerpo a la topadora que se llevó su vida de 33 años de un ataque al corazón cuando fueron a desmontar su tierra. Y, como el de tantas mujeres, su nombre no resuena cuando hay que hacer resonar los nombres para que la memoria haga eco en la Justicia.
La impunidad que no se detuvo en su edad para robarle la tierra que era su vida y que se llevó la vida cuando quisieron dejar seca de soja a su tierra. “Eli era una mujer campesina, esposa y madre, animadora comunitaria en San Nicolás y, como toda mujer del monte santiagueño, se ocupaba de la crianza de sus dos hijos chicos, las tareas de la casa, cuidar los animales, buscar leña para la cocina. También trabajaba como cocinera en la escuela durante las mañanas”, la describe el cura Sergio Gustavo Raffaelli, quien no se conforma con el cielo para la ex presidenta de su capilla. Quiere que su muerte prematura e injusta no se barra como el polvo que se acumula en las puertas de las casillas.
“Eli mostró el camino del compromiso por un tiempo nuevo, resurrección y Pascua. Lo sabemos, lo contrario a resurrección no es la muerte porque la muerte ha sido vencida. Lo contrario a resurrección es la incapacidad de vivir como hermanos y hermanas, es la fiebre posesiva que se refugia en el poder y el tener, actitud propia de miedosos que piensan que su vida está asegurada por lo que acumulan. Eli lo sabía y nosotros también. Podemos considerar a Eli una verdadera mártir –define Raffaelli– y habría que pensar qué nos dice su testimonio, a nuestra iglesia que peregrina en Santiago, tan pusilánime, ante tanta muerte y mentira; casi pactando con el poder que está arrasando no sólo el monte santiagueño, sino también nuestra conciencia y solidaridad, manipulando con la dádiva y despojando con un discurso tramposo a un pueblo que sigue siendo chantajeado por la injusticia en que vive.”
Eli era una mujer que murió plantada como nació y que se explica con tan pocas palabras como hacen falta pocas semillas cuando la tierra es fértil. Fue el 13 de marzo del 2010, a las 17.00, en medio de un desmonte, cuando tres topadoras de la empresa Namuncurá avanzaron sobre las tierras de San Nicolás, con una orden judicial en la mano y policías uniformados asegurando el desalojo de su comunidad. Ni ella, ni su corazón, lo pudieron resistir. Se descompensó después de que voltearan la primera planta. “Esta tierra es nuestra”, gritó y cayó. Hace tres meses el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase Vía Campesina) y la Mesa Provincia de Tierra se declararon en asamblea permanente por el despojo de tierras, el modelo agroexportador, la concentración de la riqueza, el freno de los agrotóxicos, la creación de juzgados de tierras, el freno de los desalojos y el daño al medio ambiente. Hace un mes asesinaron a Cristian Ferreyra. Su crimen mostró la impunidad del acoso a los que defienden sus raíces y que se plantan para defender sus derechos.
Pero antes que Cristian murió Eli y con su muerte se conoció la de ella. El sacerdote Raffaelli explica que el fallecimiento de Eli es consecuencia de la violencia social del desmonte y del rol de trinchera de las campesinas marcadas por su rol de género. “Cuando se produce el conflicto con la empresa Namuncurá la mayoría de los varones estaban trabajando fuera de la provincia, como trabajadores golondrina. Por eso, la resistencia a que avancen las topadoras la realizaron las mujeres, entre ellas Eli.”
Donde no estaban ellos, estaban ellas, donde estaban ellas estaba Eli, donde vinieron las topadoras, arrancaron a Eli como se arranca una planta que no puede subsistir a ras del viento.