En mi reflexión anterior aludía al meduloso artículo de Osvaldo Bayer, publicado en Página 12. Reasumo ahora, un aspecto del razonamiento de este eximio periodista, que no pude abarcar por limitación de espacio y para no abusar de la paciencia de los lectores.
Como corolario de la afirmación de que lo religioso influye poderosamente en parcial descalificación de la democracia, que es actitud de búsqueda conjunta y no sumisión a determinaciones preestablecidas, el periodista recoge datos iluminadores de la realidad europea y sus causas. En Alemania, el país con mejor nivel de vida, las cifras oficiales señalan que cada vez más seres humanos trabajan por un sueldo que no les alcanza para una vida digna. Sólo en el estado Westfalia-Norte, 62.000 trabajadores están en estas condiciones. Hay además un lado que no conocemos: “darle al trago”. Estaciones de ferrocarril, plazas y atrios de templos abandonados reúnen a jóvenes hasta altas horas, en encuentros alcohólicos que generan alborotos agresivos. Gobiernos y parlamentos y establecen medidas disciplinarias o aumento de impuestos, o castigos y multas, con el inmediato resultado de ineficacia y fomento de la dimensión e intensidad del problema (como el Mercado común que castiga a naciones de mal comportamiento económico con sanciones de ajustes que recaen sobre los menos pudientes). Los movimientos de “indignados” han hecho su parte desde los jóvenes y se han jugado indicando las causas profundas de todo el malestar. Pero sólo se recurre a las sanciones. LA FAO afirma que los precios de los alimentos han subido a precio record en el 2011. En las familias de inmigrantes, un 29 por ciento está en el límite de la pobreza extrema. Aumentan los hechos criminales. Pero el Foro económico mundial no toma en cuenta estos datos. Sigue apostando a las ganancias. Desaparece el hombre y desborda el dinero que ahoga y despersonaliza, sin solucionar la crisis presente ni las previsibles. La búsqueda de la felicidad de todos es la meta, todavía no propuesta. Se contentan con solucionar los problemas de algunos, los que han sabido y podido hasta ahora aprovecharse de los otros.
Mirando hacia el mundo, los catalejos que nos acercan los problemas, quedan en sus estuches porque estamos armados de lupas para agrandar hasta lo incalculable nuestros propios problemas. Que la inseguridad ya ha hecho imposible salir a la calle. Que los niños ya no pueden andar solos. Que los jóvenes se han vuelto incontrolables para los padres y se han dedicado a la diversión y a la droga. Que la pobreza apenas ha comenzado a remediarse con instrumentos de ayuda o subsidios que disminuyen la cultura del trabajo y fomentan la de la vagancia… La lupa del pesimismo, y la pésima costumbre de sentirnos inocentes cuando culpamos, o de dictaminar desde la cátedra personal, contra todos los esfuerzos y logros objetivos, aumentando las deficiencias, nos perjudica no sólo porque nos perdemos la situación privilegiada del país en una cantidad de aspectos considerados ejemplares para el mundo, sino porque sin mirar la propias deficiencias retrasamos peligrosamente la solución de todos los problemas. Si en el Campo hubiera disponibilidad para compartir ganancias cuanto la hay para reclamar subvenciones por la sequía, Si los directivos de RENATRE con Momo se avergonzaran (nada más que eso) de ganar $3.500.000 anuales para velar por los intereses de los pequeños propietarios. Si el Arzobispo de La Plata no gastara su tiempo en defender las imágenes religiosas en las escuelas, y basara su preocupación en buscar solución a los problemas de derechos humanos de su arquidiócesis. Si las Empresas entraran por el carril del empleo bien retribuido. Si la dignidad del ser humano fuera respetada en todos sus aspectos, el educacional, el de vivienda y salud, además del económico que exalta por sobre todo la rentabilidad, muchos problemas serían enfocados más acertadamente sin necesidad de lupa para agrandarlos, sin remediarlos.