La afirmación de que alguien es una persona “sin ambición”, se aplica con frecuencia a quienes, con un conformismo pasivo, satisfechos con el nivel alcanzado intelectual o materialmente , tanto personal como social, se detienen, y deciden o son llevados a admitir ese espacio como el definitivo para construir su vida y su felicidad. En el clima netamente competitivo del capitalismo liberal, individualista a lo sumo, esa caracterización equivale a descalificación. Esa persona no progresará nunca, terminará marginada, vivirá finalmente su tranquilidad construida en base a adaptación resignada a una posición conquistada o regalada, como un fracaso lleno de previsiones peyorativas.
Pero, se pierde de vista el efecto tremendamente dañoso que produce la ambición desmedida, en que fácilmente se puede caer. En el campo de los políticos, la ambición de poder pierde ordinariamente los estribos, por el recurso a medios desleales y acomodamientos muy parecidos a traición de principios, con tal de obtener la victoria sobre el resto de candidatos. A eso suele llamársele “excesos de campaña”, en lugar de darle su nombre: robos, difamación, compraventa de personas y sectores, desfiguración de la verdad, maniobras fraudulentas o incluso, “crímenes por mandato”.
Cuando alguien levanta la bandera de una causa noble, que justifica con su conducta y valiente enfrentamiento de los factores que se le oponen, despierta, en cualquier sector social, inquietudes y cosecha de adhesiones y seguimiento. El ideal de hacer triunfar esa causa, que no es simplemente de interés personal, abarca sus preocupaciones, sus tácticas para resistir, su creatividad.
Las conquistas se transforman en fuente de satisfacción y en aliciente para continuar los esfuerzos. Imperceptiblemente la autovaloración crece hasta sentir la molestia de un ascenso que no acaba de terminar en cumbre. Y entonces aparece lo perjudicial de la ambición, que poco a poco se va convirtiendo en estrictamente persona, aún conservando las apariencias del mantenimiento de la causa en la que se emplearon tantos recursos y se lograron tantas metas.
Y comienzan a aparecer las tácticas eliminatorias. Con mucha frecuencia, esa necesidad de hacer desaparecer por descalificación o desprestigio, se orienta hacia las mismas personas que con su apoyo y valoración fueron factores iniciales de su ascenso. Están en la base de su poder en el momento, pero la exagerada autoestima las ha empujado al menosprecio o al olvido.
Creo haber hecho una descripción de la problemática actual, planteada en las relaciones Gobierno y secretario general de la CGT y presidente del P.J, el sindicalista Hugo Moyano.
La posibilidad latente y frustrada de una candidatura a constituirse en la máxima autoridad de la República, está desviándose ahora hacia una apariencia de defensa extrema de la causa de la justicia social, (que no puede prescindir de la presencia axial de la clase trabajadora), poniendo en peligro una de las máximas conquistas de la estructura clasista de la sociedad argentina lograda con la creación y la actuación de las paritarias, marco de equilibrio (siempre conflictuado) entre el capital y el trabajo, empresarios y obreros. En el proyecto nacional en vigencia, el mejoramiento de la distribución de ingresos destaca muy claramente su primacía. Industrialización, empleo, salarios dignos, subsidios transitorios para quienes no han logrado aun su inserción completa, presupuestos significativos para educación y salud, retenciones sobre las ganancias exageradas, deben necesariamente marchar juntos. Que en la línea de lo deseable, sigan haciéndose propuestas más avanzadas, es imprescindible en el sistema capitalista que a veces parece disminuir sus exigencia, pero que, en el fondo está profundamente injertado en nuestra estructura social. Pero las ambiciones personales pueden ser boomerang para quienes las cultivan y ciertamente perjudican el auténtico y paulatino remedio de las injusticias y desigualdades.