Fútbol, religión y política. Por Guillermo “Quito” Mariani

¿Qué guiso  contendrá este título con mezcla tan extraña? En realidad es una buena pregunta. Porque si entre algunas actividades es difícil encontrar relaciones explicables,  entre éstas resulta casi imposible. Veamos:

1)Entre los hinchas verdaderamente comprometidos y entusiastas por un cuadro de fútbol, ya se ha vuelto normal recurrir a la violencia. Tenemos cerquita la experiencia de River Plate y Belgrano de Córdoba. Y, aunque muchas veces no se llegue a tanto, el encuentro de los lunes en el trabajo o las reuniones, después de los partidos importantes, está cargado de descalificaciones y discusiones agraviantes. 2)Con respecto a lo religioso, el fanatismo ha provocado guerras de agresión y de conquista en el pasado, y continúa hoy manteniendo graves rivalidades de poder, con la proclamación de cada estructura religiosa como la única verdad, no simplemente para alcanzar la felicidad del “más allá”, sino para alcanzar los bienes terrenales en lo personal y lo social. 3) Ni qué hablar de la política. De manera especial en  tiempos electorales. Conozco muy de cerca comunidades y grupos religiosos que prohíben toda referencia a lo político. (los clubes rotarios prohibían la referencia a religión o política) El partidismo, propio del sistema democrático, se ha convertido en “partidor” separatista, engendrador de enfrentamientos  capaces de despreciar todos los valores humanos. A veces hasta del fundamental del derecho a la vida y al pensamiento.

Analizar este fenómeno puede resultar provechoso para bien de todos. Porque, a pesar de la natural tendencia a defender las propias convicciones, hay principios que se han de respetar para no degenerar ni el deporte, ni la religión, ni la política. Y por eso es bueno tratar de especificar las causas que  convierten estos factores en obstáculos para la convivencia racional y respetuosa.

Creo, en primer lugar, que el sistema capitalista  no puede sobrevivir sin la competición agresiva y desalmada. Y por eso, desde una perspectiva muy realista ha logrado manejar al antojo y servicio de sus intereses, los medios masivos de difusión. Porque éstos, en una sociedad en que cada uno debe dedicarse a trabajar sin medidas de horario ni retribución para poder subsistir, se ocupan de pensar en lugar de la gente. La insistencia, en una difusión, que ya nunca es meramente informativa, sino que incluye juicios inapelables, es internalizada por muchos hasta considerarlas  convicciones personales. En segundo lugar, el interés de las luchas partidistas, que son en realidad luchas por el poder, muy pocas veces identificadas con la búsqueda del bienestar del pueblo, ha hecho desaparecer prácticamente la POLITICA(el biencomún) en cuanto a consideración de los valores que se han ido perdiendo,  la recuperación que muchas veces se ha logrado o se intenta y el futuro que aún es posible mejorar. Esto es evidente cuando se constata que las campañas, no se basan en propuestas sino en promesas. No en proyectos realizables sino en desmoronamiento de todo lo que se haya conseguido en positivo, no aprovechando las sugerencias útiles sino descalificándolas.

Creo, además, que hay un argumento que tiene todas las apariencias de humanitario y generoso. El que se basa en el dimensionamiento de la pobreza que es una verdadera endemia  de nuestra sociedad. A él recurren tanto la iglesia, como el empresariado y los políticos en campaña, además de todos los organismos internacionales. Las estadísticas publicitadas  tienden con frecuencia a convertirla en escándalo y las promesas remediantes se aumentan a diario. Pero no se tiene en cuenta la pobreza estructural, que es la causa profunda, que sólo puede disminuirse con  educación, capacitación, salud y tiempo. Quienes intentan hacerlo así desde el poder, al que algunas veces acceden, tienen que soportar aluviones de ofensas, persecución y amenazas, hasta que finalmente ceden o son borrados por la conspiración o el asesinato.

En último término, los resentimientos ancestrales fundados quizás en lamentables experiencias de impotencia o sufrimiento, afloran e impiden considerar  objetivamente las características de los hechos del presente, y las discusiones se tensan hasta el extremo.

Si en una reunión aparece cualquiera de estos asuntos, resulta casi imposible evitar las voces destempladas, acusaciones, exageraciones y hasta mentiras para lograr la victoria. Y tendríamos que aprender a evitar esos conflictos, atendiendo las causas que motivan nuestros convencimientos.

Mi reflexión sin embargo, ha encontrado algo en común. En la reglamentación para los socios del Rotary Club se contenía la prohibición de hablar de religión y política. A nosotros educados tradicionalmente en la superioridad de lo religioso, nos parecía ridícula la equiparación

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