Fuente: Blog del Autor.
Doctrina social de la Iglesia: una ideología. Por Carlos Lombardi
Karl Popper sostenía que “los que no están dispuestos a exponer sus ideas a la aventura de la refutación no toman parte en el juego de la ciencia” (1).
La posibilidad de considerar a la Doctrina Social de la Iglesia como una ideología no es nueva.
La cuestión fue abordada por teólogos de la talla de M. D. Chenu en su obra “La doctrine sociale de l’Église comme idéologie”. En ella criticaba no sólo el método deductivo que utiliza dicha Doctrina, para nosotros, principal causa de su fracaso e inaplicabilidad. Sostuvo que “a menudo sirvió, y sirve todavía, de respaldo ideológico a quienes, detentando el poder económico y político, procuran mantener el statu quo”.
Es lo que ocurrió recientemente en Honduras cuando tras el golpe de Estado perpetrado por la derecha política con el respaldo dela Conferencia Episcopalde ese país, el presidente Porfirio Lobo manifestó quela Doctrina Social Cristiana sería el “fundamento en la acción del gobierno” (2); mientras el cardenal golpista Rodríguez Madariaga prometía una “regeneración moral” en ese país conforme los postulados católicos (3).
El catolicismo está fragmentado, y esa división también se refleja en las opiniones relativas a la cuestión. Están aquellas que consideran que la DSI no es una ideología, como la de los obispos latinoamericanos en el Documento de Puebla, donde manifestaron: “Ni el Evangelio nila Doctrina o Enseñanza Social que de él proviene son ideologías. Por el contrario, representan para éstas una poderosa fuente de cuestionamientos de sus límites y ambigüedades. La originalidad siempre nueva del mensaje evangélico debe ser permanentemente clarificada y defendida frente a los intentos de ideologización” (Nº 540).
También los papas se expresaron en ese sentido: “La fe cristiana se sitúa por encima y a veces en oposición a las ideologías en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y creador, que interpela a través de todos los niveles de lo creado el hombre como libertad responsable” (4). Juan Pablo II siguió el mismo criterio en la encíclica “Sollicitudo rei socialis” (Nº 41).
Aquellas posiciones contienen dos errores: 1) el evangelio (como lo presenta la iglesia católica), no viene en estado puro, aséptico, sino con un contenido político, social y cultural muy marcado ya que relata características de las sociedades antiguas: organización de los gobiernos, autoridad política, rol de la mujer, trabajo; 2) un intento autoritario y soberbio de situarse “por encima y a veces en oposición a las ideologías”, como advirtiendo que el pensamiento católico contiene elementos que lo harían “superior” a los demás.
Ahora bien, que papas y obispos afirmen quela DSI no es una ideología no significa garantía alguna de certeza.
Hay otras opiniones dentro del colectivo católico que sí consideran a la DSI como una ideología. Destacan el “sistema de ideas”: “Cuando se despoja al concepto de “ideología” de toda connotación peyorativa o ligada a intereses, el vocablo ideología toma el sentido de conjunto o sistema de ideas acerca de una o más cuestiones. Por ende, con esta acepción, no hay por qué negar que la Doctrina Social de la Iglesia contiene y expresa una ideología en lo que viene a ser la sumatoria de ideas en torno de principios y valores que se relacionan con las materias propuestas por el magisterio” (5).
En similar línea Mario P. Seijo. “Hay así una ideología liberal que explicita los principios y la doctrina liberal. Así como hay una ideología marxista que explicita los principios y la doctrina marxista. Como también hay, gracias a Dios, una ideología social cristiana que responde a los principios y a la Doctrina de la Iglesia” (6). Esta última definición distingue la Doctrina Social de la Iglesia de la Doctrina Social Cristiana.
Sin perjuicio de aquellas posiciones dicotómicas, paradójicamente fueron los propios obispos latinoamericanos quienes, con su definición de ideología plasmada en el mencionado Documento de Puebla, confirmaron el carácter ideológico dela DSI: “Llamamos aquí ideología a toda concepción que ofrezca una visión de los distintos aspectos de la vida, desde el ángulo de un grupo determinado de la sociedad” (Nº 535).
Conforme esa definición toda ideología contiene: a) una concepción, idea o pensamiento, b) una visión, perspectiva o punto de vista de los diversos aspectos de la vida de los hombres, c) la elaboración por un grupo determinado de la sociedad.
Y los tres aspectos pueden aplicarse ala DSI: a) un corpus doctrinal; b) un punto de vista de los diversos aspectos de la vida de los hombres (persona, matrimonio, familia, trabajo, economía, comunidad política, poder político, comunidad internacional); c) elaboración por un grupo determinado de la sociedad. En el caso que nos ocupa, la DSI es elaborada exclusivamente por los obispos católicos, no hay participación del laicado en su elaboración. Esos presupuestos pueden ser completados por otros que suministra la ciencia política, también presentes en la DSI, a saber: 1) una interpretación de la historia; 2) un sistema de expectativas o programa de realizaciones futuras, y 3) un método de acción.
Es decir, desde el pensamiento de los obispos y desde la ciencia política se establecen los presupuestos necesarios que permiten identificar a la DSI como una ideología más. Y hay otro factor que es fundamental: la sensibilidad a los cambios sociales.
Las ideologías se encuentran históricamente condicionadas por la estructura social y económica de las sociedades. De manera que cualquier cambio estructural, por minúsculo que sea, influye en la actualidad o vigencia de una posición ideológica, la convierte en actual o en inactual, hace de ella un instrumento reaccionario o revolucionario, la transforma en la imagen de un orden social deseable o aborrecido (Fayt). Eso es precisamente lo que ocurre con la visión que la DSI tiene, por ejemplo, de la familia, el matrimonio, el papel de la mujer en la sociedad. Es una visión inactual, reaccionaria, superada históricamente. Visión que vastos sectores del catolicismo tampoco aceptan.
Y si desde la perspectiva teórica la DSI es una ideología, la experiencia y práctica de los grupos religiosos no deja lugar a dudas. El integrismo (colectivo que gobierna actualmente la institución católica), ha instrumentalizadola DSI en cuestiones de naturaleza política, social y cultural. Se observó el año pasado cuando extremistas católicos se opusieron a una ley laica: la del matrimonio igualitario.
Pretenden imponer su visión a toda la sociedad, creyentes y no creyentes, católicos y no católicos. Es una visión totalitaria con pretensiones de convertir a la iglesia católica en una organización con poder de veto (una pequeña muestra fue el acto de censura de un cura en la localidad mendocina de Malargüe), y a los gobernantes y legisladores elegidos democráticamente en títeres de un monarca absoluto, el Papa, jefe de un Estado extranjero.
Los genes totalitarios y dominantes de la DSI, que el integrismo se encarga de resaltar sin ningún tipo de escrúpulos, fue advertido por el filósofo italiano Paolo Flores D’Arcais al abordar la posición ideológica de Juan Pablo II. También es sostenido por el progresismo católico que habla de la “teología de la dominación”, con pretensiones de imponer a las sociedades laicas y plurales un modelo de sociedad excluyente y teocrático. Pero este es un tema para otro artículo.
Resulta claro entonces que, desde la teoría como la experiencia y la praxis,la Doctrina Social de la Iglesia es una ideología más. La cuestión de la “trascendencia” no entra en el análisis por ser inverificable. Para Marcos Ghio las ideologías son en el fondo como las religiones aunque de carácter secular. Implican “una fe, que si bien carece de una aceptación de un Dios y de la trascendencia”, sin embargo mantienen “el fondo irracional y fanático” propio de todas las religiones. (7).
2. La “ideología democrática”
La otra cuestión abordada por el autor es lo que denomina “ideología democrática”. De ella destaca una serie de “graves problemas”, de los que sólo nos interesan los siguientes:
a) “2. Es formadora de una mentalidad relativista, escéptica, negadora del orden natural objetivo y trascendente y que entrega toda la regulación de la vida humana a la tiranía del número (aborto, eutanasia, homomonio, etc.)”.
Sin embargo, lo que el autor llama “mentalidad relativista” es nada más y nada menos que el pluralismo ético que debe existir en una sociedad laica, democrática y diversa donde la “verdad” (auténtica obsesión del integrismo católico), no es propiedad de nadie, sino una búsqueda y construcción de todos los ciudadanos. Lo contrario es caer en la tiranía de los ayatolás y papas que dicen poseer “verdades absolutas”. Es decir, es caer en un nuevo totalitarismo, en este caso, religioso.
El tan mentado “orden natural objetivo y trascendente” -mito de legitimación del discurso de las dictaduras militares de Argentina, Chile y Uruguay, según Miguel Rojas Mix-, es una elaboración teórica que sirve de instrumento de dominación y de anulación de la autonomía de mujeres y varones que deberían hacer la genuflexión a los “representantes” terrestres de aquel “orden natural”. Es uno de los fundamentos del totalitarismo católico.
Lo que el autor llama “tiranía del número”, no son otra cosa que los representantes que las mayorías eligen mediante métodos democráticos y que tienen la responsabilidad de gobernar para todos, creyentes y no creyentes, a fin de solucionar los problemas sociales no con el catecismo católico sino conla Constitución y políticas públicas laicas. Porque los problemas sociales (los ejemplos del autor fueron el aborto, la eutanasia, el “homomonio”), son problemas laicos que deben recibir una solución laica, coincidan o no con las religiones.
b) “3. Toda actividad intelectual es puesta al servicio de la producción de modelos propuestos por la imaginación a la voluntad de poder, que tratará de traducirlas en realidad”. Sin embargo, lo mismo pasa con la ideología católica cuyo modelo social – que pretende imponer a la sociedad laica, es calcado del actual modelo excluyente que impera en esa institución donde vastos sectores han sido expulsados o bien, libremente, se han retirado en un éxodo silencioso. Dicho modelo viola sistemáticamente derechos humanos elementales.
c) “5. La destrucción de los lazos que unen al hombre a lo real, a las entidades naturales, empezando por la familia, genera individuos desarraigados, en los que disminuye el sentido familiar, religioso, patriótico, que deben enseñar la familia -escuela de educación política- y las comunidades intermedias”.
La “ideología democrática” sería causa de la destrucción de los lazos familiares. Pero ¿A qué tipo de familia se habrá referido el autor? ¿Al modelo de familia acorde con la ideología católica, llamada “tradicional”? ¿O a los nuevos modelos de familia? Un nuevo ejemplo de la visión ideologizada de la DSI. El problema aquí es que son los propios bautizados los que no avalan ni viven conforme a ese modelo elaborado por los “expertos” en familia, es decir, a sujetos que renuncian a enamorarse y a tener hijos.
d) “6. El Estado termina siendo -en camino de destrucción o ya destruidos los cuerpos intermedios- policíaco, armado de un arsenal de leyes y reglamentos encargados de dar sentido a las conductas imprevisibles y aberrantes de los ciudadanos”.
Sin embargo, ¿No hace lo mismo la DSI y la oligarquía vaticana violando las conciencias de los católicos practicantes y de quienes no lo son? ¿No cumple la función de “policía” de las conciencias, cuando nadie le ha pedido su intervención? ¿Qué significó el ilegal acto de censura de un cura católico en el sur de Mendoza sino un acto “policíaco” de las conciencias y las libertades laicas?
Como sostiene Fernando Savater, “las autoridades religiosas no son autoridades morales ni legales: pueden establecer lo que es pecado para sus feligreses, no lo que ha de ser delito para todos los ciudadanos ni indecente para el común del público” (8).
e) “8. El poder económico –”la fortuna anónima y vagabunda”– dirige tras las tablas los hilos de los gobiernos considerados democráticos”.
Sin embargo, es el mismo poder económico anónimo lo que permite al catolicismo integrista existir. Es el poder económico de grupos como la secta franquista Opus Dei (con fuertes notas del nacional-catolicismo español), o el colectivo fundado por el pedófilo Marcial Maciel llamado “Legionarios de Cristo” (eufemísticamente “Millonarios de Cristo”), quienes entre otros mantienen las estructuras y organización de la última monarquía absoluta del planeta, digitando también el nombramiento de sus papas y obispos.
La interpretación de la historia que conlleva la Doctrina Socialdela Iglesia como ideología tiene un denominador común: los presagios de tiempos apocalípticos en tanto y en cuanto las sociedades y los Estados, las mujeres y los varones no se sometan con obediencia de cadáver a los dictámenes de las oligarquías teocráticas, depositarias de “verdades absolutas”.
El problema para ciertos sectores del catolicismo (que incluye los dos estamentos medievales, clérigos y laicos), es que no demuestran vivir ni creer en el “ethos” del laico y judío Jesucristo, conforme lo sostenido por el teólogo católico José María Castillo. Están aferrados a la religión (convertida en ideología); no a la fe de Cristo como opción de vida. Nada cristiano tienen para decirle a la sociedad.
Es por eso que un sacerdote católico (perseguido por la inquisición vaticana), dijo: “El que piensa como marxista, no piensa; el que piensa como budista, no piensa; el que piensa como musulmán, no piensa… y el que piensa como católico, tampoco piensa. Ellos son pensados por su ideología. Tú eres un esclavo en tanto y en cuanto no puedes pensar por encima de tu ideología. Vives dormido y pensado por una idea” (9).
NOTAS
(1) Citado por Agustín Gordillo, Introducción al Derecho, Fundación de Derecho Administrativo, Buenos Aires, 2000, p. II-2).
(2) www.religionenlibertad.com/index.asp?fecha=30/01/2010 –
(3) www.zenit.org/date2010-02-08?l=spanish –
(4) Papa Pablo VI, Carta Apostólica Octogesima Adveniens, Nº 27.
(5) BIDART CAMPOS, Germán. J., Doctrina Social de la Iglesia y Derecho Constitucional, 1ª ed., Buenos Aires, Ediar, 2003, p. 10.
(6) Doctrina Social de la Iglesia y Doctrina Social Cristiana, Buenos Aires, Ed. Ciencia Razón y Fe y Ed. Club de lectores, 1995, p. 17.
(7) Pinkler Leandro (compilador), La religión en la época de la muerte de Dios, Parte IV “Religión y Geopolítica”, 1ª ed. 2ª reimp. Bs. As., Marea, 2009, p. 222.
(8) Savater, Fernando, Diccionario del ciudadano sin miedo a saber, 1ª ed., Barcelona, Ariel, 2007, p. 40.
(9) Antonhy de Mello.
¿Es el ministerio sacerdotal femenino u don o un derecho?. Por Olga Lucia Álvarez Benjumea, ARCWP
Como siento y vivo mi ministerio sacerdotal.
Alguna vez escuché que era un derecho lo que se estaba reclamando, revindicando. La verdad sea dicha, el planteamiento como tal, no fue de mi agrado, me sentía como si fuera la lucha de un sindicato.
Si fuera un “derecho” estaríamos borrando para siempre y negando lo que ha sido un llamado.
Si fuera un “derecho” es como si estuviéramos en competencia. Y no creo que el llamado de la Ruah, nos haya llamado para entrar en competencia con nuestros hermanos en la Iglesia.
Estoy segura, que la Divinidad, nos ama por igual tanto a mujeres como hombres. Ella, en su Infinito Amor y Sabiduría, no puede equivocarse y hacer diferencia entre sus hijas e hijos. Lo que menos quiere la Esencia Divina, es vernos disgustando y atacándonos por un “DON” como es el ministerio sacerdotal.
Es un“DON” ministerial sacerdotal al servicio de los desposeídos, los pobres, marginados, desechados, excluidos. Don que hemos recibido al igual que los varones, a través del Bautimo. Es absurdo que en nuestra Iglesia, se vean, se sientan y realicen esta clase de “fronteras”. Es absurdo pretender a través del Cano 1024 negarnos a la mujeres este “DON”.
El Obispo de Roma, Francisco, dialogando con la Junta de la Conferencia Latinoamericana de Religiosos y Religiosas (CLAR) el paso 6 de Junio/13, palabras más, palabras menos les dijo:
“Abran puertas… ¡abran puertas!
Se van a equivocar, van a meter la pata, ¡eso pasa! Quizá hasta les va a llegar una carta de la Congregación para la Doctrina (de la Fe) diciendo que dijeron tal o cual cosa… Pero no se preocupen. Expliquen lo que tengan que explicar, pero sigan adelante… Abran puertas, hagan algo ahí donde la vida clama. Prefiero una Iglesia que se equivoca por hacer algo que una que se enferma por quedarse encerrada…”
Qué buena sugerencia!
Como mujer presbitera, sintiéndome llamada, he respondido al llamado de la Ruah, sin temor alguno, confío en Quien me ha llamado, así como Jesús llamó y se dejó acompañar por mujeres (Lucas 8:3) y sigue llamando a muchas más mujeres para que al igual que nuestra Santa Patrona María de Magdala, vayamos anunciando su Evangelio (Juan 20:18), que es libertar a los oprimidos!
Aquí lo importante, pase lo que pase, venga lo que venga es el seguimiento a Cristo en el anuncio de su Palabra. Cristo no es mudo, es Palabra! Es el momento de apropiarnos de su Cuerpo y de su Sangre, hacerlo nuestro sin diferencias sexistas, asumiéndolo en todo nuestro ser, y decir con toda el alma, como dice el Apóstol Pablo:
“No soy yo quien vive, es Cristo quien viven en mí”
Galatas 2:20
El desafío, al servicio en el ministerio sacerdotal, no es solo para mujeres, también es para los varones, en la Iglesia de Cristo, desde la Iglesia, con la Iglesia y con mucho amor y ternura.
Olga Lucia Álvarez Benjumea es sacerdote de la Association of Roman Catholic Women Priests – ARCWP. http://arcwp.org
Fuente: redes cristianas
¿Tiene sentido hoy el Estado Pontificio del Vaticano? Por Benjamín Forcano
Si nos guía la voluntad de seguir a Jesús de Nazaret, no tenemos otra alternativa que la de Francisco de Asís: confesar que en no poco nos hemos apartado de él y convertirnos. Pero, esta vez, la conversión la voy a referir a algo que, sin ser inmediatamente nuestro, nos envuelve profundamente: el Estado Pontificio del Vaticano.
La razón es obvia: el Estado del Vaticano no proviene del Evangelio ni puede compaginarse con él. Tiene sus razones históricas y ha permitido que, a pesar de todo, muchos hayan podido seguir y vivir el Evangelio. Pero su configuración y funcionamiento real, su estructura organizativa y el modo como se la utiliza, hacen que no pueda expresar el espíritu de Jesús y realizar como conviene el proyecto del Reino de Dios.
Los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI encarnaron la lógica interna de ese Estado, preexistente a ellos, y en virtud de ella impusieron un control uniforme, que ahogó la libertad e hizo imposible el avance de la Iglesia en la dirección del Evangelio. Han sido 50 años en los que paralizaron el impulso de Jesús. Hoy podemos encarar la magnitud del problema y ver las causas que lo originan.
La base está en que el Papa, además de sucesor de Pedro, es jefe del Estado del Vaticano. Un Estado que, según el Derecho canónico, confiere al Papa una autoridad y un poder absolutos. El Papa tiene una potestad suprema, plena, inmediata y universal; puede juzgar y condenar a los jefes del Estado del mundo entero y no puede ser juzgado por nadie; ni admite apelación alguna, pues la autoridad la posee “por institución divina”; en ella no se da la división de poderes –base del Estado de Derecho- y se la sanciona como intocable. Como consecuencia de tal poder, la dignidad de cuantos pertenecen a la Iglesia desaparece, en el sentido de que nada ni nadie puede hacer valer sus derechos. En realidad, quedan preteridos o anulados pues ese poder, y quienes lo representan, pueden proceder con absoluta arbitrariedad sin que nadie los demande y pueda controlar su omnipotencia.
El poder supone una relación de subordinación y, por tanto , de desigualdad, entre uno que está arriba y otro que está abajo y el que está arriba manda y el que está abajo obedece.
Esto continúa en la Iglesia, en el siglo XXI, a contracorriente de la modernidad. Es tal y tan fuerte la sacralización de este poder, que no existe seguramente una cuestión que merezca ser analizada con mayor urgencia. Se trata simplemente de confrontar el pensamiento y vida de Jesús con el modo concreto de concebir y aplicar el poder en la Iglesia.
Jesús jamás manifestó comportarse como el que manda y exige obediencia, sino como el que nos invita a seguirle. La autoridad para Jesús no es un poder que se impone sino una actitud que se mantiene firme y humilde ante el enemigo y el fracaso y que, desde la debilidad y pequeñez del esclavo, denuncia las desigualdades e injusticias y subvierte el orden de quienes dominan y obedecen.
Este comportamiento de Jesús no entraba en la cabeza de sus discípulos y así vemos cómo entre ellos discuten sobre quién será mayor o menor en el Reino de Dios y, cuando Jesús aparece derrotado por sus enemigos, se vienen abajo por la manifiesta impotencia de su mesianismo. Los discípulos no entendieron que alguien como Jesús, que hablaba del Reino de Dios y era aclamado como Mesías, pudiera triunfar con su bondad desde la debilidad y derrota.
Y, en este asunto, como muy bien comenta el teólogo José Mª Castillo, Pablo tuvo una decisiva influencia en las comunidades cristianas primeras, por su modo de entender y aplicar la autoridad. El se consideraba “apóstol de Jesucristo” constituido directamente por Dios, investido de una autoridad especial respecto a los gentiles, de modo que negarle a él, era negar a Dios. El hablaba en nombre de Dios y trataba de imponer su doctrina de un modo radical como si se tratara de la doctrina misma de Dios. Autoridad que se aposentó en las comunidades y contribuyó a cambios importantes con respecto a los criterios y modos con que Jesús ejerció esa autoridad.
Lo explica y comenta como ningún otro Ives Congar: “Roma ya en el siglo II, basándose en Mt 16, 19, hace pasar los poderes de Pedro no a la ecclesia sino a la sede romana, de suerte que la ecclesía no se forma a partir de Cristo, vía Pedro, sino a partir del papa. Para la Iglesia estar constituida sobre Pedro significa, a los ojos de los papas, recibir consistencia y vida del papa, en el cual como en la cabeza, reside la plenitudo potestatis (potestas plena)” (Cfr. Exodo, ¿Es hora de otra Iglesia?, “El problema de la autoridad en la Iglesia católica” nº 118, , pp. 27-34)
Sería este, por tanto, el dato más preciso para explicar cómo la teología de la Curia Romana defiende que los poderes del papado provienen directamente de Dios, poderes incuestionables por llevar el sello divino. El tiempo se encargó de ir asignando a los papas un concepto de autoridad ejecutivo y jurídico, sacralizado, concentrado en ellos. Un desplazamiento que se contraponía a lo enseñado por Jesús: “Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen pero no ha de ser así erntre vosotros; al contrario, el que quiera subir entre vosotros, sea servidor vuestro, y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos, porque tampoco este hombre Hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su ida en rescate de muchos” (Mc 10, 42-45).
La institución eclesial, tal como aparece estructurada, no responde al pensamiento de Jesús. Es cierto que la Iglesia necesita de una autoridad central que coordine al conjunto, pero tal coordinación no debe ser de naturaleza política, si se quiere salvaguardar el seguimiento de Jesús como principio determinante de la vida cristiana. Y, en todo caso, es al Colegio Episcopal –prolongador de la sucesión apostólica- a quien corresponde la tarea de organizar la diversidad de ministerios de la Iglesia en coordinación con la “cabeza” que es el obispo de Roma.
Fuente: Redes Cristianas
¿Es el papa Francisco una paradoja?. Por Hans Küng
¿Quién lo iba a pensar? Cuando tomé la pronta decisión de renunciar a mis cargos honoríficos en mi 85º cumpleaños, supuse que el sueño que llevaba albergando durante décadas de volver a presenciar un cambio profundo en nuestra Iglesia como con Juan XXIII nunca llegaría a cumplirse en lo que me quedaba de vida.
Y, mira por dónde, he visto cómo mi antiguo compañero teológico Joseph Ratzinger —ambos tenemos ahora 85 años— dimitía de pronto de su cargo papal, y precisamente el 19 de marzo de 2013, el día de su santo y mi cumpleaños, pasó a ocupar su puesto un nuevo Papa con el sorprendente nombre de Francisco.
¿Habrá reflexionado Jorge Mario Bergoglio acerca de por qué ningún papa se había atrevido hasta ahora a elegir el nombre de Francisco? En cualquier caso, el argentino era consciente de que con el nombre de Francisco se estaba vinculando con Francisco de Asís, el universalmente conocido disidente del siglo XIII, el otrora vivaracho y mundano vástago de un rico comerciante textil de Asís que, a la edad de 24 años, renunció a su familia, a la riqueza y a su carrera e incluso devolvió a su padre sus lujosos ropajes.
Resulta sorprendente que el papa Francisco haya optado por un nuevo estilo desde el momento en el que asumió el cargo: a diferencia de su predecesor, no quiso ni la mitra con oro y piedras preciosas, ni la muceta púrpura orlada con armiño, ni los zapatos y el sombrero rojos a medida ni el pomposo trono con la tiara. Igual de sorprendente resulta que el nuevo Papa rehúya conscientemente los gestos patéticos y la retórica pretenciosa y que hable en la lengua del pueblo, tal y como pueden practicar su profesión los predicadores laicos, prohibidos por los papas tanto por aquel entonces como actualmente. Y, por último, resulta sorprendente que el nuevo Papa haga hincapié en su humanidad: solicita el ruego del pueblo antes de que él mismo lo bendiga; paga la cuenta de su hotel como cualquier persona; confraterniza con los cardenales en el autobús, en la residencia común, en su despedida oficial; y lava los pies a jóvenes reclusos (también a mujeres, e incluso a una musulmana). Es un Papa que demuestra que, como ser humano, tiene los pies en la tierra.
El pontífice no quiso ni la mitra con oro, ni los zapatos, ni el pomposo trono con la tiara
Todo eso habría alegrado a Francisco de Asís y es lo contrario de lo que representaba en su época el papa Inocencio III (1198-1216). En 1209, Francisco fue a visitar al papa a Roma junto con 11 hermanos menores (fratres minores) para presentarle sus escuetas normas compuestas únicamente de citas de la Biblia y recibir la aprobación papal de su modo de vida “de acuerdo con el sagrado Evangelio”, basado en la pobreza real y en la predicación laica. Inocencio III, conde de Segni, nombrado papa a la edad de 37 años, era un soberano nato: teólogo educado en París, sagaz jurista, diestro orador, inteligente administrador y refinado diplomático. Nunca antes ni después tuvo un papa tanto poder como él. La revolución desde arriba (Reforma gregoriana) iniciada por Gregorio VII en el siglo XI alcanzó su objetivo con él. En lugar del título de “vicario de Pedro”, él prefería para cada obispo o sacerdote el título utilizado hasta el siglo XII de “vicario de Cristo” (Inocencio IV lo convirtió incluso en “vicario de Dios”). A diferencia del siglo I y sin lograr nunca el reconocimiento de la Iglesia apostólica oriental, el papa se comportó desde ese momento como un monarca, legislador y juez absoluto de la cristiandad… hasta ahora.
Pero el triunfal pontificado de Inocencio III no solo terminó siendo una culminación, sino también un punto de inflexión. Ya en su época se manifestaron los primeros síntomas de decadencia que, en parte, han llegado hasta nuestros días como las señas de identidad del sistema de la curia romana: el nepotismo, la avidez extrema, la corrupción y los negocios financieros dudosos. Pero ya en los años setenta y ochenta del siglo XII surgieron poderosos movimientos inconformistas de penitencia y pobreza (los cátaros o los valdenses). Pero los papas y obispos cargaron libremente contra estas amenazadoras corrientes prohibiendo la predicación laica y condenando a los “herejes” mediante la Inquisición e incluso con cruzadas contra ellos.
Pero fue precisamente Inocencio III el que, a pesar de toda su política centrada en exterminar a los obstinados “herejes” (los cátaros), trató de integrar en la Iglesia a los movimientos evangélico-apostólicos de pobreza. Incluso Inocencio era consciente de la urgente necesidad de reformar la Iglesia, para la cual terminó convocando el fastuoso IV Concilio de Letrán. De esta forma, tras muchas exhortaciones, acabó concediéndole a Francisco de Asís la autorización de realizar sermones penitenciales. Por encima del ideal de la absoluta pobreza que se solía exigir, podía por fin explorar la voluntad de Dios en la oración. A causa de una aparición en la que un religioso bajito y modesto evitaba el derrumbamiento de la Basílica Papal de San Juan de Letrán —o eso es lo que cuentan—, el Papa decidió finalmente aprobar la norma de Francisco de Asís. La promulgó ante los cardenales en el consistorio, pero no permitió que se pusiera por escrito.
Francisco de Asís representaba y representa de facto la alternativa al sistema romano. ¿Qué habría pasado si Inocencio y los suyos hubieran vuelto a ser fieles al Evangelio? Entendidas desde un punto de vista espiritual, si bien no literal, sus exigencias evangélicas implicaban e implican un cuestionamiento enorme del sistema romano, esa estructura de poder centralizada, juridificada, politizada y clericalizada que se había apoderado de Cristo en Roma desde el siglo XI.
Con Inocencio III se manifestaron los primeros síntomas de nepotismo y corrupción del Vaticano
Puede que Inocencio III haya sido el único papa que, a causa de las extraordinarias cualidades y poderes que tenía la Iglesia, podría haber determinado otro camino totalmente distinto; eso habría podido ahorrarle el cisma y el exilio al papado de los siglos XIV y XV y la Reforma protestante a la Iglesia del siglo XVI. No cabe duda de que, ya en el siglo XII, eso habría tenido como consecuencia un cambio de paradigma dentro de la Iglesia católica que no habría escindido la Iglesia, sino que más bien la habría renovado y, al mismo tiempo, habría reconciliado a las Iglesias occidental y oriental.
De esta manera, las preocupaciones centrales de Francisco de Asís, propias del cristianismo primitivo, han seguido siendo hasta hoy cuestiones planteadas a la Iglesia católica y, ahora, a un papa que, en el aspecto programático, se denomina Francisco: paupertas (pobreza), humilitas (humildad) y simplicitas (sencillez).
Puede que eso explique por qué hasta ahora ningún papa se había atrevido a adoptar el nombre de Francisco: porque las pretensiones parecen demasiado elevadas.
Pero eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿qué significa hoy día para un papa que haya aceptado valientemente el nombre de Francisco? Es evidente que tampoco se debe idealizar la figura de Francisco de Asís, que también tenía sus prejuicios, sus exaltaciones y sus flaquezas. No es ninguna norma absoluta. Pero sus preocupaciones, propias del cristianismo primitivo, se deben tomar en serio, aunque no se puedan poner en práctica literalmente, sino que deberían ser adaptadas por el Papa y la Iglesia a la época actual.
Las enseñanzas de Francisco de Asís de altruismo y fraternidad deberían ser actualizadas
1. ¿Paupertas, pobreza? En el espíritu de Inocencio III, la Iglesia es una Iglesia de la riqueza, del advenedizo y de la pompa, de la avidez extrema y de los escándalos financieros. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia de la política financiera transparente y de la vida sencilla, una Iglesia que se preocupa principalmente por los pobres, los débiles y los desfavorecidos, que no acumula riquezas ni capital, sino que lucha activamente contra la pobreza y ofrece condiciones laborales ejemplares para sus trabajadores.
2. ¿Humilitas, humildad? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia del dominio, de la burocracia y de la discriminación, de la represión y de la Inquisición. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del altruismo, del diálogo, de la fraternidad, de la hospitalidad incluso para los inconformistas, del servicio nada pretencioso a los superiores y de la comunidad social solidaria que no excluye de la Iglesia nuevas fuerzas e ideas religiosas, sino que les otorga un carácter fructífero.
3. ¿Simplicitas, sencillez? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia de la inmutabilidad dogmática, de la censura moral y del régimen jurídico, una Iglesia del miedo, del derecho canónico que todo lo regula y de la escolástica que todo lo sabe. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del mensaje alegre y del regocijo, de una teología basada en el mero Evangelio, que escucha a las personas en lugar de adoctrinarlas desde arriba, que no solo enseña, sino que también está constantemente aprendiendo.
De esta forma, se pueden formular asimismo hoy día, en vista de las preocupaciones y las apreciaciones de Francisco de Asís, las opciones generales de una Iglesia católica cuya fachada brilla a base de magnificentes manifestaciones romanas, pero cuya estructura interna en el día a día de las comunidades en muchos países se revela podrida y quebradiza, por lo que muchas personas se han despedido de ella tanto interna como externamente.
Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan que se les quite el poder acumulado
No obstante, ningún ser racional esperará que una única persona lleve a cabo todas las reformas de la noche a la mañana. Aun así, en cinco años sería posible un cambio de paradigma: eso lo demostró en el siglo XI el papa León IX de Lorena (1049-1054), que allanó el terreno para la reforma de Gregorio VII. Y también quedó demostrado en el siglo XX por el italiano Juan XXIII (1958-1963), que convocó el Concilio Vaticano II. Hoy debería volver a estar clara la senda que se ha de tomar: no una involución restaurativa hacia épocas preconciliares como en el caso de los papas polaco y alemán, sino pasos reformistas bien pensados, planificados y correctamente transmitidos en consonancia con el Concilio Vaticano II.
Hay una tercera pregunta que se planteaba por aquel entonces al igual que ahora: ¿no se topará una reforma de la Iglesia con una resistencia considerable? No cabe duda de que, de este modo, se provocarían unas potentes fuerzas de reacción, sobre todo en la fábrica de poder de la curia romana, a las que habría que plantar cara. Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan de buen grado que se les arrebate el poder que han ido acumulando desde la Edad Media.
El poder de la presión de la curia es algo que también tuvo que experimentar Francisco de Asís. Él, que pretendía desprenderse de todo a través de la pobreza, fue buscando cada vez más el amparo de la “santa madre Iglesia”. Él no quería vivir enfrentado a la jerarquía, sino de conformidad con Jesús obedeciendo al papa y a la curia: en pobreza real y con predicación laica. De hecho, dejó que los subieran de rango a él y a sus acólitos por medio de la tonsura dentro del estatus de los clérigos. Eso facilitaba la actividad de predicar, pero fomentaba la clericalización de la comunidad joven, que cada vez englobaba a más sacerdotes. Por eso no resulta sorprendente que la comunidad franciscana se fuera integrando cada vez más dentro del sistema romano. Los últimos años de Francisco quedaron ensombrecidos por la tensión entre el ideal original de imitar a Jesucristo y la acomodación de su comunidad al tipo de vida monacal seguido hasta la fecha.
En honor a Francisco, cabe mencionar que falleció el 3 de octubre de 1226 tan pobre como vivió, con tan solo 44 años. Diez años antes, un año después del IV Concilio de Letrán, había fallecido de forma totalmente inesperada el papa Inocencio III a la edad de 56 años. El 16 de junio de 1216 se encontraron en la catedral de Perugia el cadáver de la persona cuyo poder, patrimonio y riqueza en el trono sagrado nadie había sabido incrementar como él, abandonado por todo el mundo y totalmente desnudo, saqueado por sus propios criados. Un fanal para la transformación del dominio en desfallecimiento papal: al principio del siglo XIII, el glorioso mandatario Inocencio III; a finales de siglo, el megalómano Bonifacio VIII (1294-1303), que fue apresado de forma deplorable; seguido de los cerca de 70 años que duró el exilio de Aviñón y el cisma de Occidente con dos y, finalmente, tres papas.
Menos de dos décadas después de la muerte de Francisco, el movimiento franciscano que tan rápidamente se había extendido pareció quedar prácticamente domesticado por la Iglesia católica, de forma que empezó a servir a la política papal como una orden más e incluso se dejó involucrar en la Inquisición.
Al igual que fue posible domesticar finalmente a Francisco de Asís y a sus acólitos dentro del sistema romano, está claro que no se puede excluir que el papa Francisco termine quedando atrapado en el sistema romano que debería reformar. ¿Es el papa Francisco una paradoja? ¿Se podrán reconciliar alguna vez la figura del papa y Francisco, que son claros antónimos? Solo será posible con un papa que apueste por las reformas en el sentido evangélico. No deberíamos renunciar demasiado pronto a nuestra esperanza en un pastor angelicus como él.
Por último, una cuarta pregunta: ¿qué se puede hacer si nos arrebatan desde arriba la esperanza en la reforma? Sea como sea, ya se ha acabado la época en la que el papa y los obispos podían contar con la obediencia incondicional de los fieles. Así, a través de la Reforma gregoriana del siglo XI se introdujo una determinada mística de la obediencia en la Iglesia católica: obedecer a Dios implica obedecer a la Iglesia y eso, a su vez, implica obedecer al papa, y viceversa. Desde esa época, la obediencia de todos los cristianos al papa se impuso como una virtud clave; obligar a seguir órdenes y a obedecer (con los métodos que fueran necesarios) era el estilo romano. Pero la ecuación medieval de “obediencia a Dios = obediencia a la Iglesia = obediencia al papa” encierra ya en sí misma una contradicción con las palabras de los apóstoles ante el Gran Sanedrín de Jerusalén: “Hay que obedecer a Dios más que a las personas”.
Por tanto, no hay que caer en la resignación, sino que, a falta de impulsos reformistas “desde arriba”, desde la jerarquía, se han de acometer con decisión reformas “desde abajo”, desde el pueblo. Si el papa Francisco adopta el enfoque de las reformas, contará con el amplio apoyo del pueblo más allá de la Iglesia católica. Pero si al final optase por continuar como hasta ahora y no solucionar la necesidad de reformas, el grito de “¡indignaos! indignez-vous!” resonará cada vez más incluso dentro de la Iglesia católica y provocará reformas desde abajo que se materializarán incluso sin la aprobación de la jerarquía y, en muchas ocasiones, a pesar de sus intentos de dar al traste con ellas. En el peor de los casos —y esto es algo que escribí antes de que saliera elegido el actual Papa—, la Iglesia católica vivirá una nueva era glacial en lugar de una primavera y correrá el riesgo de quedarse reducida a una secta grande de poca monta.
Traducción de News Clips / Paloma Cebrián.
Fuente El País
Carta de un investigador a Rouco Varela, arzobispo y desahuciador. Por Alberto Sicilia*
Ayer, después de la misa de las 19h, varios afectados por los desahucios hipotecarios decidieron encerrarse en La Almudena, la catedral de tu archidiócesis. La Iglesia, mostrando gran solidaridad con estas personas que sufren, decidió llamar a la policía para desalojarlos.
Por lo visto, os preocupa más vuestra casilla en la Declaración de la Renta que las casas de familias desahuciadas.
Antonio Maria, yo soy ateo, pero algunos mensajes del cristianismo que me parecen fabulosos. Si me permites, me gustaría recordar algunas enseñanzas de un personaje que quizás te suene: un tal Jesús de Nazaret, hijo de José el banquero, -perdón, José el carpintero-.
¿Jesús apoyaría a las familias deshauciadas o a los bancos? Yo soy investigador en física, no tengo ninguna capacidad para dictar clases de religión. Me limito a copiar de la Biblia:
1) “Él derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos.” (Lc 1,52-53).
2) “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus vecinos ricos. Cuando des un banquete, invita a los pobres.” (Lc 14,13)
3) “Había cierto hombre rico que se vestía de púrpura y lino fino, celebrando cada día fiestas con esplendidez. Y un pobre llamado Lázaro yacía a su puerta cubierto de llagas, ansiando saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico. Murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Dios; murió el rico y fue sepultado en el Infierno.” (Lc 16,19-23).
4) “Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” (Lc 14,33)
5) “Él hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al extranjero dándole pan y vestido.” (Dt 10,17)
Antonio María, menos mal que Jesús vivió hace 20 siglos. Tengo la impresión de que si viviera en nuestros tiempos, hubiese montando un 15-M de la de Dios.
Un abrazo su Eminencia,
Fotos. Por Eduardo de La Serna
La foto de varios obispos con Adolf Hitler.
La de obispos con el generalísimo Francisco Franco.
Otro obispo con Benito Mussolini.
Obispo que bendice armas.
Cardenal Cañizares que empieza una celebración con gran atuendo (después de esto fue elegido por Benedicto XVI para presidir el “ministerio” de la liturgia en el Vaticano).
Obispo Mogavero, vestido por Armani.
Obispo Zecca, en cena sibarita.
Monseñor Plaza con “el reverendo Moon” (fundador de la llamada “secta Moon”, al que dio el doctorado Honoris Causa de la Universidad Católica de La Plata).
Monseñor Ogñenovich con su amigo Carlos Menem.
Monseñor Pío Laghi con Videla (y otros).
Monseñor Calabresi con Viola.
Monseñor Tórtolo con Videla y Massera.
Cardenal Aramburu con Videla y Massera.
Cardenal Aramburu con Viola.
Cardenal Primatesta con Videla y Menéndez.
Y están las fotos que no se sacaron: el nuncio paraguayo preparando la caída de Lugo, el cardenal de Honduras, de Santa Cruz (Bolivia), el obispo de Guayaquil (Ecuador) en actitudes destituyentes, monseñor Storni (de Santa Fe, condenado por abuso sexual), monseñor Di Monte jugando al póker en Olivos con Carlos Saúl, monseñor López Trujillo con Pablo Escobar, y varias fotos más que faltan… Alguien debería haberlas sacado.
También está monseñor Bargalló con una mujer.
Adivinanza: ¿cuál es la foto episcopal que supuestamente causa escándalo y tiene al obispo en la cuerda floja?
* Coordinador del Movimiento de Sacerdotes en Opción por los Pobres.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-197167-2012-06-25.html
¿Concilio Vaticano II, avanzamos o retrocedemos? Por Miguel Esquirol Vives
Acerca de los 50 años del Concilio Vaticano II
El año 1962 se dio en la Iglesia católica un tsunami catastrófico para algunos y un suceso de suma importancia para otros. Suceso esperado por estos y despreciado o por lo menos menospreciado por aquellos.
Quizás, como han dicho muchos, el problema de nuestra querida Iglesia viene desde la época constantiniana, cuando la jerarquía eclesiástica pasó de una situación de persecución y martirio a un status de libertad y nobleza, equiparable a la de los grandes señores de la época.
Fueron tiempos en los que la preocupación de las autoridades eclesiásticas estaba primordialmente en la doctrina y sus dogmas, más que en el seguimiento de la vida del maestro, aquel camino que nos ofrecen los evangelios de sencillez y de compasión por los que sufren y aquel deseo de Jesús por el reino de Dios o transformación de este mundo, en el cual quien ha recibido más sirva y no sea servido y en el que el respeto a la dignidad de las personas sea para todos, pero sobre todos para los que la sociedad ha considerado menos dignos, los más olvidados y excluidos.
Muchos años después vino la reforma de Lutero, que sin duda quiso el bien de la Iglesia, quiso acabar con aquel boato y aquella corrupción reinante en las altas esferas eclesiásticas, acabar con los abusos al pueblo, como el de los cobros por las indulgencias, el control de las conciencias, y terminar con la ignorancia de un pueblo al que se le había prohibido la lectura de la Biblia…
Nada es perfecto entre los humanos, pero la verdad es que hacía falta una reforma y era ya urgente. Lo más fácil fue declarar hereje a Lutero y terminar con semejante aventura. Para ello surgió la contrarreforma, con gente buena y santa, y si bien hizo mucho bien a muchos fieles, sirvió también para que la jerarquía pudiera seguir con su status, su poder y la estructura piramidal de la Iglesia.
Cuatrocientos años después y a partir del año 1958, una vez que fue nombrado papa el cardenal Roncalli, se inicia lo que hubiese querido ser un gran reforma para la Iglesia católica. El año 1962 Juan XXIII inaugura el Concilio Vaticano II. Fueron cuatro años de deliberaciones y de mucho estudio de los que salió una serie de documentos de suma importancia para la renovación, para la actualización de la Iglesia católica, documentos que muchos de ellos han quedado a medias u olvidados y quizás algunos ya superados.
El documento que abre la Iglesia al mundo, el más conocido se llama “Gaudium et spes” (“Los gozos y las esperanzas de este mundo, sobre todo de los más pobres, son los gozos y las esperanzas de los discípulos de Cristo”). Como consecuencia lógica llevó a sacerdotes, religiosos y religiosas a meterse en el mundo, a comprometerse de veras con él, pero con las leyes canónicas anteriores al concilio, que no se renovaron, dieron como resultado el abandono de muchos del sacerdocio, por ser incompatible con este compromiso. Se produjo también un gran éxodo de religiosas y religiosos, siendo juzgados todos ellos y ellas entonces como desertores y aún como traidores.
Un verdadero signo de los tiempos, que en lugar de verse como tal, se consideró por parte de la curia romana y otras altas personalidades como una verdadera desgracia, cuya causa había sido este desdichado concilio. Lo que sirvió también para dar marcha atrás y el pensar la Iglesia como Pueblo de Dios en lugar de Sociedad perfecta. Quedaron paralizadas la mayoría de las reformas, como la litúrgica o la misma constitución de la Iglesia en sus ministerios (el del papa, los obispos, presbíteros y hasta los ministerios laicales tan necesarios en favor de nuestro mundo).
La necesidad y el valor del laicado fue siempre más una frase teórica que un interés real. Los “reducidos” al estado laical, palabra poco acertada, no fueron reconocidos como laicos y no se hizo nada o casi nada por recuperar a estos nuevos laicos, se menospreciaron esas fuerzas espirituales, intelectuales y dinámicas en la Iglesia, preparadas teológica e intelectualmente, gente la mayoría de grandes valores materiales y espirituales, abandonados muchas veces de las jerarquías, de los superiores y superioras religiosas.
Salvo raras excepciones la mayoría no sintió lo que pudo haber sido una acogida tan necesaria para ellos y ellas, habiendo dejado con dolor, casi siempre, el calor de la institución. Y en ningún momento se pensó que podían ser más útiles en el mundo que en el templo, cuando la sal del evangelio en el mundo se estaba volviendo sin sabor.
Y así estamos hoy, con un mundo que sigue su rumbo a toda velocidad a espaldas de la iglesia, lamentando la falta de sacerdotes, cuando todos ellos y ellas podrían ser verdaderos ministros casados y verdaderas ministras casadas de las comunidades eclesiales de base y ser sal y fermento de este mundo, de sus organizaciones civiles, laborales, políticas, etc., con el consiguiente apoyo de la Iglesia para su formación permanente en la fe y con la posibilidad de sentirse Iglesia.
Miguel Esquirol Vives
JUEVES 26 DE ABRIL 19 HS.
Creo en Dios y en Cristo, pero no en la Iglesia. Por Hans Küng (entrevista)
¿Se puede salvar aún la Iglesia? Diagnóstico: enferma terminal. Por Hans Küng
“Hay un cisma en la Iglesia entre la cúpula jerárquica y las bases”
“El papado actual es una institución de dominio que divide. El Papa divide a la Iglesia”
‘Diagnóstico: Enferma terminal. ¿Se puede salvar aún la Iglesia?‘ Esta es la pregunta que se plantea en su último libro, publicado en Alemania por la editorial Piper Verlag, el teólogo crítico y especialista en ética mundial Hans Küng en su último libro.”En la situación actual no puedo guardar silencio”, dice Hans Küng. En su opinión la Iglesia Católica en encuentra inmersa en una grave crisis. Crisis que es necesario describir con objetividad y sin prejuicios antes de aplicar la terapia adecuada. Crisis que se plasma, entre oras cosas en censura, absolutismo y estructuras autoritarias.
Pregunta: Sr. Küng, me ha llamado la atención que su libro está impregnado de un cierto alarmismo.
No podía seguir callando, debía escribir este libro en este momento concreto.
Metáforas como “enfermedad”, “recaída”, “subida de fiebre” abundan en su libro. ¿A qué se debe este alarmismo?
Küng: Alarma sí, pero no alarmismo. Si me permite, lo explico inmediatamente. He de decirle con toda sinceridad que en estos momentos, tan sólo un par de meses después de su publicación, veo las cosas incluso más negras que el color de la portada de mi libro. Tenemos una iniciativa de diálogo de los obispos que ha quedado en agua de borrajas. Creo que el sociólogo de la religión, Michael Ebertz (Friburgo), tiene razón cuando habla de una segunda crisis en la Iglesia Católica, después de la crisis de los delitos sexuales. El episcopado se muestra obviamente incapaz de comunicarnos qué es lo que ha pasado, para que se pueda encauzar debidamente el diálogo. Seguimos sin saber cómo proceder para iniciar dicho diálogo, los obispos no se ponen de acuerdo y quieren excluir determinados temas. Recientemente hemos asistido a una serie de acontecimientos muy desagradables que justifican tanto mi análisis como mi alarma.
Pregunta:Usted ha llegado a decir que estamos en la segunda fase de la crisis. Ha hablado de falta de disposición a dialogar. Aclárenos, por favor, este punto.
Küng: Suponemos que los obispos han aprendido que no pueden seguir actuando de una forma tan autoritaria como hasta ahora, que han de escuchar al pueblo. Pero no es así, ni siguiera han aprendido eso. Creo que ¡nosotros somos el pueblo! La gente dice: se nos está agotando la paciencia, queremos participar en las decisiones, también en nuestras parroquias. Queremos elegir a nuestros obispos, queremos ver a mujeres en los diferentes cargos, queremos que haya agentes de pastoral, hombres y mujeres, que sean ordenados/as sacerdotes. Son eslóganes y demandas que reflejan el descontento de la gente. De hecho, se ha producido un cisma dentro de la Iglesia entre los que, ahí arriba, piensan que pueden seguir actuando con el estilo de siempre y el pueblo y una buena parte del clero liberal.
Pregunta:¿Qué reacciones ha desatado su libro hasta la fecha?
Küng: Se lo he enviado a todos los obispos alemanes y hasta ahora las reacciones han sido, cuando menos, cordiales. También se lo he enviado al Papa Benedicto con una cortés carta en la que le expongo como, en el fondo, mi intención es ayudar a la Iglesia, aunque tenga una idea diferente de cómo deberíamos proceder. Él me ha hecho llegar su agradecimiento, lo que me parece un gesto positivo. Tengo sumo cuidado en intentar conducir el debate con objetividad, sin traspasar la barrera de la ofensa personal y sin que la cuestión devenga en un asunto personal.
Pregunta: ¿Qué reacciones ha provocado entre los laicos?
Küng: En pocas ocasiones he recibido tantas cartas agradeciéndome el libro, a pesar de tratarse, de hecho, de un análisis algo depre que puede producir desaliento. Me agradecen mucho que afirme que la recuperación es posible. El libro está repleto de propuestas concretas. No me puedo quejar de las reacciones, todo lo contrario, me anima mucho recibir casi a diario cartas de tanta gente, muchas veces de gente sencilla.
Pregunta: ¿Cuáles son para Ud. los principales síntomas de esta crísis de la Iglesia Católica que diagnóstica en el libro?
Küng: Básicamente que las parroquias se están secando lentamente, en parte a causa del mensaje dogmático que viene reiteradamente prescrito desde arriba. Naturalmente tenemos también el problema de los cargos eclesiáles. En el libro lo ilustro con el ejemplo de mi propia comunidad en Suiza. Durante mucho tiempo hemos tenido cuatro sacerdotes (los “cuatro caballeros”); hoy no queda ninguno. Seguimos teniendo a dos jubilados y a un diácono. El diácono lo hace fenomenal, un alemán, por cierto. No obstante, no puede presidir la eucaristía por no haber sido ordenado sacerdote. Y no puede ser ordenado sacerdote porque está casado. Es completamente absurdo. Hemos de abordar una serie de puntos muy concretos: 1. el celibato ha de ser opcional. 2. las mujeres han de tener acceso a los cargos eclesiales. 3. se ha de permitir que los divorciados participen en la eucaristía; 4. se han de establecer comunidades eucarísticas entre las diferentes confesiones sin esperar otros 400 años.
Pregunta: Estos son algunos puntos para la terapia. Volvamos al diagnóstico. ¿Cómo denominaría Ud. la enfermedad que afecta al nucleo de la Iglesia Católica?
Küng: La enfermedad es el sistema romano. Lo introdujeron los Papas de la denominada Reforma gregoriana, en honor a Gregorio VII. Así fue como se introdujo el papismo, el absolutismo papal, según el cual una sola persona en la Iglesia tiene la última palabra. Esto produjo la escisión de la Iglesia Oriental que no aceptó dichas modificaciones. De esa época procede el predominio del clero sobre los laicos. Padecemos un celibato para todo el clero que se introdujo en el siglo XI. Aquí pienso que está el origen de la enfermedad. Ahí surgió el germen. Se intentó erradicarlo con la Reforma pero en Roma encontró resistencia. Con el Vaticano II se intentó luchar contra todo esto. Tuvo un éxito parcial, aunque no se permitió debatir ni sobre el celibato ni discutir sobre el papado. Se puede considerar que el Concilio tuvo éxito a medias. En estos momentos la situación es calamitosa. En Roma, en lugar de haber aprendido algo, como hubiera sido de esperar, y haber emprendido el camino de la liberalización, los dos Papas restauracionistas -Wojtyla y Ratzinger- han hecho lo contrario. Han hecho todo lo posible para que el Concilio y la Iglesia retrocedan a una fase preconciliar.
Pregunta: ¿Se refiere al Concilio Vaticano II que intentó producir una cierta apertura?
Küng: Sí, los frutos del Concilio Vaticano II fueron excelentes: integró el paradigma de la Reforma en la Iglesia, incorporó las lenguas vernáculas a la liturgia, todo el pueblo participa hoy activamente en la liturgia, se revalorizó el papel de los laicos y el de la Iglesia Oriental. Incluso se ha producido una integración de los paradigmas de la Ilustración, de la Modernidad. Desde entonces se reconoce la libertad de culto y los derechos humanos; y tenemos una actitud positiva hacia las religiones del mundo y hacia el mundo secular. Pero éstos son precisamente los puntos en lo que Roma quiere retroceder. Roma lo tiene todo organizado para retener el poder.
Pregunta: Si le he entendido correctamente, desde hace unas décadas, en la Iglesia Católica, se ha producido una recaída, un retroceso, una fuerte concentración en el sistema de dominio romano ¿esto es lo que Ud. Critica?
Küng: Sí. Esto queda de manifiesto en los siguientes puntos: primero, se han ido publicando continuamente documentos sin preguntar al episcopado y sin consultar a nadie previamente. Se trata de documentos de la curia que subrayan la pretensión de estar en posesión de la verdad, el monopolio sobre la verdad de la Iglesia Católica. En segundo lugar, tenemos toda la desafortunada normativa relacionda con la moral sexual que se ha ido publicado. Esta es la línea. En tercer lugar, tenemos la política de elección de personas. De forma sistemática, para los puestos de obispo y otros cargos de la curia se eligen exclusivamente personas fieles a esa línea. He escrito un capítulo entero sobre los motivos por los que los obispos guardan silencio: porque ya han sido seleccionados, porque previamente se han comprometido, porque en la ordenación han de prestar juramento al Papa, porque no pueden hablar libremente. Por eso escuchamos de todos la misma opinión. Los obispos se encuentran en una situación de gran presión, por una parte la que les llega de arriba, por otra parte la de la comunidad creyente.
Pregunta: ¿Por lo tanto, Ud. dirige sus críticas también contra el monopolio de poder y el monopolio de la verdad del Papa?
Küng: Sí, exactamente.
Pregunta: ¿Esa sería la principal herida?
Küng: Me imagino que si hubiéramos tenido otro Papa en la línea de Juan XXIII, la institución de Pedro sería algo magnífico. Podría ser una institución de guía pastoral, que inspira, que une. El papado actual es una institución de dominio que divide. El Papa divide a la Iglesia. Esta es una tesis que no se toma suficientemente en serio. Según las últimas encuestas, el 80% de los católicos alemanes quieren reformas. El 20% que no las quieren son, por desgracia, los que sí son tomados en serio. Algunos obispos sostienen que entre los católicos hay dos grupos. No es cierto, no se trata de dos grupos. La mayoría quiere reformas. Es tan sólo una minoría de personas, con presencia en los medios, las que están en contra de las reformas. Ellos no representan a la Iglesia que deseamos tener. Como pueblo de Dios queremos una Iglesia en la que nos sentamos incluídos todos, no queremos un pequeño grupo dominante que controle todo.
Pregunta: Hay algo que no entiendo bien. Si Ud. critica al Papa actual y lo compara con otros Papas más liberales, entonces no es un problema de la estructura de la Iglesia, sino de la personalidad del Papa.
Küng: También recae en la personalidad del Papa. Joseph Ratzinger procede de un entorno conservador. Yo también procedo de un entorno conservador. Esto no es ninguna vergüenza, incluso se podría tornar en una ventaja. Pero él ha interiorizado este entorno. El vivió principalmente en Alemania sin conocer bien el mundo. Después se trasladó a Roma donde ha vivido en un gueto artificial en el que no se percibe lo que sucede en el resto del mundo. Al leer algunas declaraciones suyas, como el decreto que publicó sobre las otras Iglesias siendo aún cardenal, uno se pregunta: ¿dónde vive este hombre realmente, en la luna? Ahora ha anunciado una campaña de evangelización nada convincente. ¿Cómo se quiere evangelizar al mundo con un catecismo que pesa literalmente 1 kg? ¿Pretende torturar a la gente? Además está la cuestión de la Enseñanza de la Iglesia. El habla expresamente de la “enseñanza del Papa”. Esto, por supuesto, no hay persona ilustrada que se lo tome en serio. ¿Quién va a admitir a estas alturas que una sóla persona reclame para sí el poder legislativo, ejecutivo y judicial sobre una comunidad de mas de mil millones de personas? En tercer lugar, se está dando un impulso problemático al tipo de religiosidad popular tradicional que se quiere promover. Se producen estas terribles escenas en la que un Papa besa la sangre de su predecesor en su relicario de plata. Pero, bueno ¿dónde estamos? Esto es oscurantismo medieval.
Pregunta: Aprecio que se indigna cuando habla del Papa actual.
Küng: No, no se trata del Papa actual.
Pregunta: En su libro le critica con dureza. Habla, por ejemplo, de boato y despilfarro, de estructuras autoritarias. ¿Se le podría reprochar: Küng habla con cierto resentimiento?
Küng: No. Creo que sigo teniendo la capacidad de poder hablar muy bien con el Papa personalmente. Seguimos manteniendo correspondencia y él sabe que mi preocupación es simplemente la Iglesia; pero que tengo una concepción diametralmente opuesta a la suya en lo que al camino a seguir se refiere. Me interesa resaltar que no hemos llegado a esta situación por el Papa Ratzinger, sino como evolución desde el s. XI. Aunque Joseph Ratzinger y su predecesor hayan hecho todo lo posible para volver a un paradigma medieval de la cristiandad.
Pregunta: Sr. Küng, ¿el sistema romano no se asienta en el Nuevo Testamento y en la Historia de la Iglesia?
Küng: No. La misma palabra “jerarquía” no la encontrará en el Nuevo Testamento. Sí que aparece seis veces la palabra “diaconia” con la famosa frase: “el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”. En esa misma línea tenemos también la escena del lavamiento de pies. Pero el Papa quiere ser señor entre los señores. Aparece como un faraón moderno. Si observamos las ceremonias en San Pedro, una sóla persona está en el centro, mientras los obispos se mantienen a distancia, como figurantes. Nadie tiene nada que decir, sólo hay uno que habla, sólo hay uno que lo decide todo. Esta no es una Iglesia de nuestro tiempo. Y no se corresponde en absoluto con el Nuevo Testamento ni con su época, donde reinaba la hermandad, donde las mujeres estaban presentes y donde había una comunidad carismática, como se ve en las comunidades paulinas.
Todo lo contrario de lo que se practica hoy en día. Hoy reina una estructura medieval que, en principio, sólo se encuentra en los países árabes. Nos recuerda al comunismo: se basa en el secretario de un partido único que decide todo. El resto ha sido elegido en función de su lealtad a la linea papal. Lo mismo pasa con los obispos. Aunque, cada vez hay menos creyentes que aceptan este sistema autoritario. Ni en Arabia se acepta ya a los autócratas. Yo sostengo que en la Iglesia Católica los autócratas tampoco tienen ningún futuro.
Pregunta: Ha dicho que la Iglesia Católica no está a la altura de la época moderna. No obstante, se podría objetar que esa es precisamente su ventaja. ¿En qué piensa Ud. que debería transformarse? ¿En una empresa moderna acorde a los tiempos? En ese caso, no ofrecería ninguna alternativa.
Küng: No es que yo sea un partidario absoluto de la modernización. La Iglesia debería, en primer lugar, volver a sus orígenes. Se trata de ver si todavía podemos apelar a Jesús de Nazaret o no. En mi libro describo una escena: es impensable que Jesús de Nazaret apareciera en una ceremonia del Papa, no tendría sitio. Es simplemente una manifestación de poder pomposa e imperial, donde todos aplauden y los señores de este mundo participan para ser vistos y recoger votos. Esa imagen no tiene nada que ver con la Iglesia que Jesús quería, es decir no tiene nada que ver con la comunidad de discípulos de Jesus. No se trata de modernizar a cualquier precio. En determinadas circunstancias, precisamente habrá que ofrecer resistencia a la Modernidad, justamente en los aspectos en los que es inhumana. He escrito suficientes libros críticos con la Modernidad, por ejemplo: “Anständige Wirtchaften” (Una Economía Honrada), que trata sobre la falta de moral de la economía. Lo que no puede ser es que adoptemos como solución la Edad Media, cuando lo que deberíamos es dar el paso de la Modernidad a la Posmodernidad.
Pregunta: Hans Küng apela a Jesús, el Papa apela a Jesús. ¿Qué puede hacer un laíco ante estos dos intentos de legitimación?
Küng: Debería leer la Biblia, así se daría cuenta de donde está Jesús. Cuando Ratzinger en calidad de teólogo, también como Papa, escribe sobre Jesús -aunque realmente no deberia escribir libros sino dirigir la Iglesia- lo hace sobre el Cristo dogmático que camina sobre la tierra. No habla de que Jesús contradecía a las instituciones religiosas de su tiempo, de que al final fue asesinado por los que se consideraban ortodoxos. Todo lo contrario, habla siempre del Cristo de los dogmas, de la Iglesia y de la administración.
Pregunta: Volvamos a los obispos. Ha mencionado que son todos muy fieles a la línea papal, y que se trata, de hecho, de un grupo hermético y estánco. ¿Cómo se ha llegado a esto?
Küng: Es como si el Papa pudiera nombrar él sólo a todos los obispos. Sobre todo se comprometen con su linea. Sucede literalmente como en el partido comunista, donde nadie tiene nada que decir salvo el jefe de Moscú. Por eso dicen todos los mismo. Si hablas individualmente con los obispos, te dicen: “Tiene Ud. razón, por supuesto, pero…”
Si tan solo hubiera un obispo en la República Federal Alemana que, por fin, dijera cómo está la situación, que así no se puede seguir, que se han de abordar reformas, se le echarían encima Roma y el Vaticano, que intervendrían a través del nuncio, etc. También tendría al resto de los obispos enfrente, en especial a la facción de Meisner, que intenta ejercer el terror sicológico en la Conferencia Episcopal y, naturalmente, a toda la curia romana. Tendría en contra a todo ese pequeño grupo de conservadores y sus agencias de prensa, las que difunden continuamente noticias. Tendría que ser muy fuerte. Aunque contaría, al menos, con el apoyo del pueblo.
Pregunta: En el centro de su critica está el sistema romano. Esta cuestión ya la hemos abordado. En la conversación previa a la entrevista ha comentado que preferiría no hablar de los casos de abuso sexual. No obstante, lo menciono porque hay un punto que deberíamos aclarar: ¿estos casos de abuso sexual son, desde su punto de vista, parte de un problema estructural? En su crítica al papado, habla Ud. precisamente de problemas estructurales.
Küng: Por supuesto. Siempre ha habido una animadversión hacia la sexualidad, no sólo en la Iglesia, también en la Antigüedad. Pero tenemos el problema del celibato del clero cuyo origen se remonta a las normas impuestas por los Papas del s. XI. No quiero decir, en absoluto, que el celibato desemboque ncesariamente en la homosexualidad o en el abuso sexual. En absoluto. Pero cuando decenas de miles de curas han de reprimir su sexualidad y, por muy buenos párrocos que sean, no pueden tener esposa ni familia, entonces tenemos un problema estructural. Estas condiciones hay que cambiarlas definitivamente. Aunque parece que es un tema sobre el que no se debe debatir. El Obispo de Rottenburg da una conferencia fabulosa sobre el Espíritu Santo, al que hay que abrirse, y se manifiesta a favor del diálogo; pero, al día siguiente, leo en la prensa -para gran decepción de muchos dentro y fuera de la diócesis- que el mismo obispo, que habla tan maravillosamente, ha suspendido una jornada sobre sexualidad en su propia academia. ¿Qué nos queda?
Pregunta: Esa jornada estaba prevista para finales de junio y el tema era la moral sexual actual.
Küng: Sí, y en lugar de asistir y defender sus ideas en las que está tan bien formado, escurre el bulto. Desautoriza a la directora de la academia y a todos los que quieren asistir. De esa forma deja claro que el diálogo del que habla no es más que una frase vacía.
Pregunta: ¿Cómo piensa que está actuando la Iglesia Católica con relación a los casos de abuso sexual?
Küng: Se sigue sin adoptar una postura clara, por ejemplo, sobre si los agresores deberán responder ante un tribunal civil o cómo se va a proceder, tal y como se deduce de las últimas noticias que llegan de Roma y de Estados Unidos. En Alemania dicen que ya se han disculpado y se da el caso por cerrado. Al mismo tiempo, ningún obispo quiere hablar de que sean cuestiones estructurales, ni de que hay que abordar de una vez por todas temas como el celibato de los hombres o la ordenación de mujeres. Pero, ¿por qué no?. Lo que se esconde detrás de ello, desde mi perspectiva, es simple y llana cobardía, lo contrario de esa franqueza apostólica que cabría esperar y de la que se habla en la Biblia, al igual que los apóstoles hablaban con libertad. Los obispos actuales callan. Y, si hay ocasión de ejercer su poder, lo ejercen.
Es una vergüenza que se abuchée al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana en el Dia de la Iglesia. ¿Por qué? Porque él de forma arbitraria ha tomado la palabra con el fin de criticar el Memorando de los teólogos. Cuando el Memorando de los teólogos -firmado ya por 300- está redactado en términos exquisitos. Así no se puede seguir.
Pregunta: Hasta aquí el diagnósitico de la crisis. En este contexto recurre Ud. continuamente a la metáfora de la enfermedad, pasemos ahora a las propuestas para la terapia. Ud. tiene una imagen concreta de la reforma de la Iglesia. De nuestra conversación deduzco que la reforma que el Sr. Küng tiene en mente pasa por eliminar totalmente la institución de la Iglesia.
Küng: No, qué va, todo lo contrario. Me gustaría que reconstruyeramos la institución de la Iglesia desde abajo, por supuesto, con base en el Nuevo Testamente y en el humanitarismo.
Pregunta: Entonces, ¿hay que deshacerse totalmente de las estructuras actuales o no?
Küng: Hay que abolir, por supuesto, el absolutismo del Papa. Aunque se puede mantener y apoyar perfectamente una institución que dirija la pastoral, presidida por un obispo en Roma, siempre que sea en la dirección del evangelio. Podría tener incluso una función ecuménica. Lo que critico es que una única persona quiera decidirlo todo y, por ejemplo, que destituya a un obispo, como ha vuelto a hacer el Papa Ratziger, por primera vez desde el Concilio.
Tenemos el caso del obispo Morris de Australia. Se le destituyó porque dijo que no le quedaban curas y pedía la abolición del celibato y que se admitiera a mujeres al sacerdocio. Cuando se cesa a una persona de su cargo de esta forma sólo cabe concluir: esta no es la Iglesia de Jesucristo, esto es un sistema que exige una total identificación y ni siquiera a sus obispos les permite la menor divergencia.
Pregunta: No obstante, la institución del papado ¿le parecería aceptable si el Papa fuera más liberal, más abierto? ¿O diría que esta función del papado ya no está en consonancia con los tiempos que corren?
Küng: No. Siempre he estado a favor del equilibrio, del check and balance.Es bueno que haya una comunidad, también es bueno que haya algunas autoridades. Un hombre como Juan XXIII tuvo un efecto maravilloso en la Iglesia. Hizo más en cinco años que Wojtyla con sus docenas de viajes. Cambió toda la situación. Fue una gran oportunidad. No obstante, Sr. Casparry, he de confesarle que hoy tengo más confianza en las parroquias y no le quiero privar de una buena noticia que he recibido. Dos parroquias de Bruchsal, las comunidades romano-católicas de St. Peter y la comunidad parroquial de Paul Gerhardt, evangélica, escriben: “Damos por terminada la división que durante casi 500 años ha vivido la cristiandad en nuestra zona”. Y añaden -espero que se publique pronto-: “Reconocemos que en todas las parroquias firmantes se vive igualmente como seguidores de Cristo y como comunidades de Jesucristo. Reconocemos que en nuestras parroquias Jesúcristo nos invita a la mesa del Padre y sabemos que Él no excluye a nadie que quiera seguirle. Por la presente, manifestamos expresamente nuestra recíproca hospitalidad”.
Espero que haya muchas parroquias en Alemania que hagan lo mismo. Si los de arriba no quieren, a nivel parroquial podemos dar por superada y finalizada la escisión.
Pregunta: ¿Cómo se imagina Ud. esa Iglesia construida desde abajo? ¿Cuáles serían sus fundamentos institucionales? ¿No habría un riesgo de caos, de que la Iglesia se dividiera aún más en múltiples direcciones?
Küng: Lo que acaba de oir de Bruchsal es precisamente lo contrario a una escisión. Acerca a las parroquias. Y en la época del Concilio disfrutamos de gran unidad en la Iglesia. La división actual viene de arriba porque se ha intentado invalidar el Concilio, porque algunos están convencidos de que hay que volver a introducir la misa en latín. Ante estos hechos hay que protestar. Se puede ofrecer resistencia como en el caso de las monaguillas. Los creyentes dijeron simplemente: queremos que haya monaguillas y listo. Ahora, los de arriba intentan establecer que, al menos en las misas en latín, no haya mujeres. Necesitamos que haya una resistencia activa, de lo contrario la Iglesia se va a pique. Estamos en una situación desesperada, hemos perdido prácticamente a toda la generación joven. Esta es la diferencia con respecto a los países árabes donde cientos de miles salen a la calle. ¿Hay hoy 100.000 que salgan a la calle a pedir reformas en la Iglesia Católica? Continuamente me encuentro con padres que me dicen: “Sabe Ud. me da tanta pena que, siendo católicos convencidos, después de haber tenido siempre un buen ambiente familiar en casa, no consigamos que nuestros hijos participen en la Iglesia.”
Pregunta: Ha hablado de desobediencia civil. ¿Puede concretar? ¿Qué hacen los curas en las parroquias?
Küng: Los párrocos, en su mayoría, practican una desobediencia discreta. Si un padre evangélico se acerca a recibir la comunión, no le preguntan si es evangélico, tal y como se ha llegado a hacer en las jornadas de jóvenes de Colonia. Tampoco anuncian, tal y como se les vuelve a exigir, que de conformidad con el Papa, sólo determinadas personas puedan participar en la eucaristía. Los párrocos, los buenos párrocos, prescinden de esas normas y se las arreglan bastante bien. Aunque yo apoyaría que hubiera más párrocos como los de Bruchsal que sacaran a la luz su resistencia, de forma que la gente se de cuenta de que avanzamos.
Pregunta: ¿Es capaz la Iglesia Católica de iniciar ella misma la reforma desde dentro?
Küng: Bueno, conozco el sistema desde dentro y lucho por que se produzcan las reformas. Sé que tengo millones de personas de mi parte. En este sentido es cuestión de tiempo. Simplemente no podemos avanzar basándonos en un señor absoluto que prescribe lo que hay que hacer en el dormitorio (palabra clave: la píldora…) y que establece todas las normas desde su limitado campo de visión. Creo que la política papal ha demostrado ya ser un fiasco y no nos debería corromper más. La única pregunta que también se hizo el partido de la Unión Soviética, el partido comunista, es ésta: ¿hay algún Gorbachov que nos pueda sacar de este tugurio?
Pregunta: ¿Quiere decir eso que estaría a favor a de algo así como una Perestroika en la Iglesia? Eso requiere una personalidad muy carismática.
Küng: Reclamo una Glasnot y una Perestroika, especialmente para las finanzas de la Iglesia. Me gustaría saber cómo se pagan las cosas realmente en Roma, quién parte el bacalao.
Pregunta: Ese sería otro tema. La Perestroika sería para Ud…
Küng: … la independencia, sí
Pregunta: Veremos si sus ideas y su visión de la Perestroika caen en suelo fértil y qué pasa en los próximos 20 años dentro de la iglesia católica. Una vez leído su libro, me inclinaría por un cierto escepticismo y pesimismo. No obstante, se encuentra entre las cosas buenas, pienso.
Küng: Sólo puedo apelar y esperar que haya suficiente gente que se ponga en pie y, por fin, se rebele.
Fuente Religion Digital