Homilías Dominicales. Domingo 7 de septiembre 2014  – 23 durante el año litúrgico – ciclo “A”. Por Guillermo “Quito” Mariani

Mt. 18,15-20:

Decía Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha busca a una o dos personas más para que el asunto se decida por la declaración de dos o más testigos. Si se niega a haceros caso, llévalo a la comunidad y si tampoco quiere escucharla, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. También les aseguro que si dos o más entre ustedes se unen para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres unidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos.

Síntesis de la homilía

No se trata de cualquier transgresión,(pecado) como si la fraternidad comunitaria implicara una vigilancia constante sobre la vida y el hacer de los hermanos. Se trata de que el hermano te infiera una ofensa o te perjudique malamente. Entonces, recurrir al diálogo, para no tragarse simplemente la ofensa que suele transformarse en resentimiento, pidiendo la explicación incluso para corregir lo que puede ser una falla en la comprensión del otro o en el propio discurso. Lo de decirlo a la comunidad no supone tampoco andar ventilando el mal proceder, lo cual en vez de atenuar agrava el problema, sino buscar ayuda en quienes desde la cercanía comunitaria puedan influir en solucionar el problema de las distancias o enfrentamientos provocados por esa ofensa.

La frase siguiente, muchas veces interpretada como el poder de perdonar de los ministros del sacramento de la reconciliación o penitencia, nada tiene que ver con eso, sino con la responsabilidad de que las distancias y la enemistad no pueden constituir el estado permanente dentro de una comunidad que anhela testimoniar el amor de Dios padre y el afán por construir su reinado de paz y justicia. Por eso el último parrafito del pasaje indica que para no perder la relación con el Padre de todos, es indispensable la búsqueda constante de la unión amistosa que significa sostén para la vida y las luchas cotidianas. No hay en esto ninguna insinuación a la valoración de lo que hoy se estila muchas veces de cadenas de oraciones para lograr intervenciones divinas.

Recurrir al argumento del perdón de las ofensas, sin tener en cuenta el proceso que se detalla bastante específicamente en este pasaje de Mateo cuyas comunidades vivían frecuentes dificultades tanto por niveles de condición social como de diversidad religiosa (judíos y paganos entre los convertidos), es simplificar y hasta correr el peligro de ridiculizar el perdón cristiano. Es claro en los detalles señalados por el evangelista acerca de cumplir un proceso de proximidad respetuosa de la personalidad de los ofensores, tratando de servirse de los recursos disponibles en la comunidad concreta para hacer visible la ventaja de la reconciliación. Es por otra parte cierto que también si ese proceso cumplido con buena intención y real voluntad de buscar solución a las divisiones, no hay por qué culpabilizarse de no lograr superar lo incorregible. Así el párrafo termina con considerar “gentil y publicano” es decir, alejado de la reconciliación profunda, a quien sigue en la obstinación del enfrentamiento. Y, desde luego, sin que esto signifique prescindencia, dejar pasar tiempos que disminuyan las tensiones dolorosas y permitan, con la lección y madurez aprendida en el distanciamiento, es medida prudente y aconsejable. Lo cierto es que, pese a la frecuencia de situaciones incómodas, como la de sentirse ofendido o descalificado, el seguidor del mensaje y testimonio de Jesús de Nazaret, no ha descartar la posibilidad de reconciliación, ni disminuir su propio aporte para convertirla en realidad.

 

 

 

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