San Antonio de Arredondo. Por Guillermo “Quito” Mariani

No es un lugar conocido para muchos. Carlos Paz con su extraordinaria dimensión, abarcando valle y montaña, su prestigio y convocatoria turística, opaca la importancia de esta localidad vecina inmediata, conocida especialmente por una abadía de monjas benedictinas, una antigua residencia franciscana centro de múltiples reuniones y encuentros, y una vieja capilla de San Antonio del año 1891. A lo cual se suma, entre los detalles extraordinarios de la belleza natural, el hermoso Río San Antonio que conserva todavía la transparencia y luminosidad de los ríos serranos.

Pero lo que quiero destacar, porque constituye ya una tradicional expresión de contacto artístico y humano es el “Encuentro folclórico de San Antonio” que anualmente en la primera quincena de diciembre, se  realiza en un predio abrazado por un pequeño arroyito con abundante arboleda y espacios disponibles para carpas y estacionamiento.

No es un “festival folclórico” al estilo habitual. No lo es porque está absolutamente ausente la pretensión comercial . A pesar de contar con la adhesión y  presencia de las figuras más cotizadas (artísticamente) del folclore nacional y hasta del  latinoamericano, todos actúan por voluntad, por amor al folclores y a la gente, por juvenil espíritu de aventura. Los espacios para las carpas (tipo iglú), que parecen  inmensos cuando está despoblados, se achican desmesuradamente cuando pegaditas unas a otras las carpas superan varios centenares.  Los grupos que durante el día se arman para concurrir a los talleres (que abarcan gran multiplicidad de actividades artísticas y especialmente  musicales) o a las conferencias, presentaciones de libros, actuación de conjuntos importantes que no pudieron ser incluidos en la programación nocturna en el escenario oficial, por limitaciones de tiempo, son absolutamente espontáneos y utilizan en gran parte los elementos que cada uno ha llevado para unos días de camping. Un número, de sillas (que resulta siempre limitado), rodea durante los espectáculos nocturnos el escenario principal. Pero a no ser por la lluvia y el barro, el suelo desnudo y el hombro o la espalda del que está al lado o incluso estirarse sobre la calidez del suelo, convierte en butacas la mortificada gramilla del predio. Organizador, es todo un grupo coordinado con delicadeza y acierto por el Negro Valdivia y el poeta que  trabaja a brazo partido, en “secretaría de cultura”, Maxi Ibáñez. Pero el gran secreto esta en los voluntarios anónimos que se ofrecen para colaborar en cualquier cosa que resulte necesaria para la organización y felicidad de todos. El escenario central fue armado este año con la dirección de quien lo planeó, concurrente habitual del encuentro, por todos los que ofrecieron y pusieron mano de obra fuerte y constante. Y de la mañana a la noche del primer día, ya estaba en pie.

Salir del espacio en que escuchabas un guitarrero cantor apreciado silenciosamente, y encontrarte con otro en que todo un conjunto exhibe danzas afro o latinoamericanas, para continuar caminando y darte con una exhibición de habilidad manual o la interpretación solista de un violín que parece poner pájaros en los árboles que apantallan el calor del verano, todo es a la vez sorpresivo y espontáneo.

Se trata de una expresión juvenil asociada a la naturaleza, a la pachamama, al ser humano completo, a la expresión continuada de solidaridad, al optimismo de la lucha por una realidad mejor como horizonte lejano pero posible.

Vivir las jornadas del encuentro de San Antonio redondea el sentido de la vida.

Quizás, por eso, y no por el nombre de Estanislao de Arredondo fundador de un hospital, merece ocupar un lugar especial en la “redondez” del planeta.

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