Tema (Juan 1,1-18)
En el principio existía la palabra que estaba con Dios y era Dios. Todas las cosas fueron hechas por la palabra y nada sin ella. Lo que existe tiene vida en ella y la vida es la luz de los hombres. Luz que brilla en las tinieblas y las tinieblas no quisieron recibir. Apareció un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan. Vino para dar testimonio de la luz y para que todos creyeran por él. El no era la luz sino el testigo de la luz. La palabra era la luz verdadera que vino a este mundo e ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por ella y el mundo no la conoció. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron y creen en su nombre les dio el poder de ser hijos de Dios. Ellos no nacen de la carne ni de la sangre ni de la voluntad del hombre, sino engendrados por Dios. Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y hemos visto la gloria que él recibe del Padre como hijo único lleno de gracia y verdad. Juan da testimonio cuando declara: Éste es aquel de quien yo dije que viene detrás de mí pero me ha precedido porque existía antes que yo. De su plenitud todos hemos recibido, gracias por gracia. Porque la ley fue dada por Moisés pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios, el que lo ha revelado es el hijo único que está en el seno del Padre.
Síntesis de la homilía
Esta página prólogo del evangelio de Juan mezcla el razonamiento filosófico griego con la visión cristiana y una cantidad de recursos poéticos con realidades históricas que la vuelven a primera vista ininteligible. Habría que dividirla frase por frase para determinar su sentido. La cultura griega tiene la característica de valorar la palabra como producto de la inteligencia y realizadora del ser humano, y el escritor del cuarto evangelio se solaza en relacionar ese valor de la palabra humana con la de Dios como origen de todo lo que existe, revistiéndola de maravillosas cualidades y colocándola como árbitro supremo de la existencia, de la vida y del sentido del hombre.
Nos vamos a fijar en la frase final que es una especie de confesión del autor de sentirse abrumado por la realidad que acaba de describir y frente a la cual experimenta la fragilidad de su inteligencia y habilidad retórica.
A Dios nadie lo vio jamás. Así todas las llamadas apariciones o epifanías de Dios en ambos testamentos quedan descalificadas como subjetivas, para valorar solamente el descubrimiento, la revelación que nos ha llegado por Jesús de Nazaret.
Se han dicho y escrito muchas, pero muchas cosas sobre Dios. Bibliotecas enteras.
Y siguen apareciendo quienes afirman saber cosas de El y se sienten con la responsabilidad de comunicarlas como las creen para conquistar adhesión a sus conceptos. Pero la verdad es “que a Dios nadie lo vio jamás”. El es en el leguaje bíblico el absolutamente Otro. El trascendente. Todo lo que se diga de El es sospecha, deducción, imaginación, conveniencia, necesidad de sentirse superior y también expresión de poder.
Por eso para nosotros cobra importancia muy honda la afirmación de que esa Palabra con mayúsculas se hace palabra con minúscula identificándose con nosotros, con nuestra carne, con nuestra debilidad. Y contagiada con el lenguaje humano, se identifica con el hombre y toda su realidad para orientarlo a la salvación, a la libertad, a la realización querida por ese Dios del que ha tenido una experiencia particularísima que lo ha llevado a iluminar el sentido de la creación y del ser humano con el testimonio de su vida, de su acción y de su palabra.
No hacen falta silogismos de lógica filosófica para entender y recibir la luz de Jesús de Nazaret, que sí suponen otras religiones espiritualistas cuyos fundadores se presentan como los que “han visto a Dios”. Hace falta nada más que acercarse a él como hombre para descubrir en su proceder y su mensaje humanos, la dignidad
De cada ser humano y su responsabilidad y sentido en el cosmos y en la historia.