Tema
( Mc. 7,1-8, 18, 21-22,27) Fariseos y letrados venidos de Jerusalén se reunieron junto a Jesús. Vieron que algunos de los discípulos tomaban los alimentos con las manos impuras, es decir sin lavárselas. Es que los fariseos y los judíos en general no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos siguiendo la tradición de los ancianos. Cuando vuelven del mercado no comen sin antes lavarse y observan muchas otras reglas tradicionales como el lavado de copas jarras y ollas. De modo que le preguntaron: ¿por qué no siguen tus discípulos la tradición de los mayores y comen con las manos impuras?
Les respondió: Qué bien profetizó Isaías acerca de la hipocresía de ustedes cuando escribió: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan es inútil, ya que la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Descuidan el mandato de Dios y mantienen la tradición de los hombres.
Llamando de nuevo a la gente les decía: Escuchen todos y entiendan- No hay nada fuera del hombre que al entrar en él, pueda contaminarlo. Lo que lo hace impuro es lo que sale de él. De dentro de su corazón salen los malos pensamientos, fornicación, robos, asesinatos, adulterios, codicia, malicia, fraude, desenfreno, envidia, calumnia, arrogancia, desatino. Todas esas maldades salen de dentro y sí contaminan al hombre.
Síntesis de la homilía
Tanto la preocupación de los fariseos y letrados como la respuesta de Jesús, parecen exageradas frente a un gesto tan insignificante como lavarse o no las manos antes de comer. Eso obedece a que así como nosotros lo hacemos habitualmente por higiene que beneficia la salud, los judíos lo hacían para no resquebrajar la disciplina impuesta por la tradición de los mayores, ni siquiera en una pequeña regla. Y Jesús proclamaba un mensaje que necesitaba abrir el cerco de las tradiciones para instalar un nuevo sistema de relaciones sociales. Un sistema de libertad basada en la dignidad personal y en la cohesión lograda por convencimiento y corazón. Las abluciones judías tenían un valor simbólico muy pronunciado. Tanto que hasta producían un profundo efecto interior de modo que el que las realizaba se sentía realmente purificado en su corazón o en su espìritu. Nos pasa algo parecido a nosotros con los signos sacramentales. Hasta no hace mucho, por ejemplo, se afirmaba la obligación de bautizar lo más pronto posible a los recién nacidos, porque con el bautismo ( baño de agua) se convertían en hijos de Dios. Y así con los otros sacramentos. Con la realización del gesto o signo exterior se lograba un efecto sobrenatural, mágico. El ritualismo litúrgico da lugar a estas interpretaciones.
La objeción de los judíos, con la pregunta que no sólo es eso, sino una especie de reproche a la conducta permisiva de Jesús, merece por esa causa, una respuesta aparentemente dura, pero que descubre la realidad tal cual es. Es hipocresía cuidar los detalles que han establecido los intereses humanos y dejar de lado lo que es agradable a Dios. Una hipocresía que, en el fondo se basa en un pecado de presunción muy importante. Endiosarse, ocupando el lugar del ser supremo y usurpando su autoridad. Como tantas veces sucede en la institución eclesiástica que se adueña de Dios.
La impureza legal no tiene importancia para Jesús. Sí la tiene la pureza interior. Lo que llamaríamos la pureza de intención
Lo que constituía un elemento de separación entre judíos y los que no eran, debía ser un muro que se desmoronara con las enseñanzas de Jesús. Los fariseos (separados) querían mantener ese muro a toda costa. Estaba de por medio su propia seguridad y prestigio. Y los ritos de la comida en cuanto a lo que se consumía y los otros detalles como purificación de toda la vajilla y las manos, a que se refiere Marcos, tendían a remarcar esa separación. Por eso la oposición tan radical a la actitud de Jesús.
También nosotros establecemos muros de separación y las discriminaciones son tan fuertes que las mantenemos reprochando a quienes quieren derribar los muros.