Tema (Lucas: narración de la pasión)
Síntesis de la homilía:
Comenzamos una semana muy importante en la evocación litúrgica cristiana. La llamamos “santa”. Una palabra que, además de la ausencia de pecado suele identificarse con lo pacìfico, lo tranquilo, lo interiorista, lo humilde o de bajo perfil …
La santidad de esta semana tiene muy poco que ver con todo eso. El domingo de ramos constituye un desafío preparado y consciente por parte de Jesús. Lucas prepara durante todo el relato de su evangelio esta llegada a Jerusalén desde Galilea. En el camino Jesús va preparando su despedida con dos actitudes: una, la convicción de que su misión no se encamina a un éxito humano y temporal sino a convertirse semilla enterrada violentamente, para ser fecunda y fructificar en una humanidad de “nueva generación”, y otra, el afán de educar a sus seguidores para que siguiendo sus huellas se compliquen con un protagonismo intenso en el cumplimiento del programa del reino.
El desafío consiste en servirse del anuncio profético de Zacarías (9,9) de la llegada del rey montado sobre un burro, para ordenar a los discípulos la preparación de este signo mesiánico y así sugerir lo que es su misión liberadora. Así logra entusiasmar a los que están cerca, y paulatinamente la gente, muy sensibilizada para estos anuncias de la proximidad de la llegada del mesías, se va añadiendo a los discípulos y aclamándolo por las calles de la ciudad santa, como el hijo de David. Jerusalén está llena de peregrinos extranjeros. El poder romano está alerta para sofocar cualquier intento de levantamiento de esas multitudes en la proximidad de la pascua. Pero Jesús está convencido de que su misión no quedará cumplida sin una clara manifestación en la ciudad capital, con el testimonio de judíos venidos de todas partes. Con esta actitud Jesús desafía definitivamente al poder imperial y al religioso, sometido y cómplice de aquel. La consecuencia no se deja ver inmediatamente. La marcha del pequeño grupo con ramas de árboles y gritos de aclamación no es interrumpida. Llegados a templo, Jesús se indigna al constatar el abuso de los vendedores de elementos para las ofrendas, concesionarios de los funcionarios del templo y aprovechándose para esquilmar a los devotos peregrinos con los precios de sus productos. Ha sido un gesto tremendamente agresivo. Su respuesta a la pregunta de con qué autoridad lo ha realizado y al reclamo de hacer callar a sus acompañantes aumenta la agresividad del desafío “Si esto callaran gritarán las piedras”
Jesús ha logrado expresar frente a los dominadores, los derechos y reclamos del pueblo.
Habiendo predicado y practicado la apertura y la bondad con los pobres, afligidos de toda índole, enfermos de toda clase, oprimidos por cualquier tribulación o poder, ahora, con un solo trazo muestra la indignación del Padre defensor de sus hijos más pequeños.
Por eso, inmediatamente después de esa procesión inicial de nuestra liturgia, la asamblea eucarística entra de lleno en el relato de la pasión. El poder humano se desquita de esa pretensión de acabar con la injusticia, las exclusiones, la opresión. Y lo hace de la manera más cruel con todos los medios disponibles en esa época. Las respuestas de Jesús humillado, menospreciado, ridiculizado, siguen siendo un desafío. Silencio ante Herodes, reprensión para el que lo abofetea, indicación de que Pilatos es poderoso porque sumiso, aprobación del rebelde crucificado con él que defendió su misma causa
con la violencia y acaba vencido por ella.
El domingo de ramos es una lección de coraje y valentía. Porque la santidad de la semana santa es la santidad de los que se juegan por los valores humanos y cristianos. La santidad de un Juan XXIII que la Iglesia tarda en canonizar porque es una santidad “política” que ha disgustado a los mantenedores del orden establecido con el pensamiento, el discurso y la práctica y no la de los que institucionalmente se han acomodado d las exigencias del sistema capitalista con actitudes de sumisión y complicidad.