Homilías Dominicales. Domingo 4 de agosto de 2013 – 18 durante el año litúrgico (ciclo “C”) Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Lc. 12,13-21)

Uno de entre la gente se acercó a Jesús para decirle: maestro díle a mi hermano que comparta conmigo la herencia. Jesús le contestó: Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?   Después dijo a todos: Cuídense de toda avaricia porque aun en medio de la abundancia la vida del hombre no está asegurada por sus riquezas. Les dijo entonces una parábola: había un hombre rico cuyas tierras habían producido mucho y se preguntaba a sí mismo ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha. Después pensó: voy a hacer esto: demoleré mis graneros y construiré unos más grandes y allí amontonaré todo mi trigo y mis bienes y diré a mi alma. “Alma mía tienes bienes almacenados para muchos años, descansa, come , bebe y date buena vida.

Pero Dios le dijo: Insensato, esta noche vas a morir  ¿y para quién será todo lo que has amontonado?

Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios.

 

Síntesis de la homilía

Jesús no esquiva la consulta, sólo marca los límites de su respuesta que no alcanza lo legal sino simplemente lo comunicacional como valor del reino. Por eso la clara advertencia de que el sentido auténtico de la vida y la felicidad no se obtienen por la avaricia y el acaparamiento. La parábola es muy  clara. En una cultura agrícola, tan ligada a la tierra que es en realidad la que hace fecundo el trabajo del hombre, muchas veces con rendimientos extraordinarios, pareciera que no puede tener cabida el acaparamiento. Sin embargo la realidad es muy distinta. La solución que encuentra ese hombre que ya era rico frente a una abundancia extraordinaria de la cosecha, parece muy acertada. Agrandar los depósitos para guardar y así vivir tranquilo. No ha mirado a su alrededor. No ha visto la pobreza de tantos pequeños campesinos apretados por los impuestos al imperio o desalojados de sus pequeñas propiedades para cederlas a los brandes propietarios, generalmente residentes en el extranjero. No tenía bancos de Suiza para guardar sus bienes seguros de todo riesgo. Debía construir depósitos gigantescos.

Las parábolas de jesús siempre son instantáneas de la realidad vivida por la gente. Eso sucedía y sucede.

Y no podría evitar que esos productores de desigualdades e injusticia se indignaran en su contra y combinaran el modo de hacerlo desaparecer de sus caminos y proyectos.

Jesús completa el sentido de la enseñanza de su parábola haciendo intervenir a Dios que avisa a aquel hombre envuelto en posesiones y seguridades, que su vida se acabará esa misma noche. Con ese final, trasmitido en la realidad no por una misteriosa voz sino por la naturaleza con sus limitaciones que provoca las enfermedades curables a veces pero otras, terminales, todo lo elaborado, trabajado y calculado queda sin sentido. Allí estuvieron olvidados el sufrimiento ajeno, el hambre de muchos privados del pan con el trigo acaparado en los graneros, la opresión del Imperio que favoreciendo a sus funcionarios y cómplices cargaba con obligaciones insoportables a los que no podían defenderse desde su pobreza. Allí estuvieron olvidados también, al parecer, los afectos familiares y los vínculos de amistad. En realidad es como si hubiera desaparecido toda sensibilidad social.  Es él, él solito, quien espera comer, beber y darse la buena vida.

Es una situación por la que pasamos muchas veces. Y cuando seguimos viviendo, en muchas oportunidades la escala de valores cambia y con muchos los que comienzan a darle a la vida un sentido definitivo de gozo compartido como ejercicio de la libertad en el amor.

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