Homilias Dominicales. Domingo 18 de agosto de 2013 – 20 durante el año litúrgico (ciclo”C”) Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Lc.12,48-53)

Decía Jesús a sus discípulos: he venido a traer fuego a la tierra y ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo!  Tengo que recibir un bautismo ¿y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a

traer paz sobre la tierra? No! Les digo que he venido a traer división: de ahora en adelante cinco miembros de una familia estarán divididos: tres contra dos y dos contra tres. Estarán el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la adre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

 

Síntesis de la homilía

Las afirmaciones puestas en labios de Jesús por Lucas no pueden dejarnos  indiferentes.

En realidad, asustan. Porque son expresiones netamente revolucionarias, de cambio. En el lenguaje bíblico el fuego es habitualmente símbolo de indignación, de purificación, de castigo, de condena. También es, sin embargo, signo del espíritu, del entusiasmo, de la vida. En el pasaje de Lucas, incluído en los avisos a los discípulos en su marcha hacia Jerusalén, la segunda parece la interpretación correcta. El bautismo que Jesús espera con angustia, es el de sangre, el de su inmolación para mostrar los caminos de la voluntad divina. Su espíritu no puede estar sosegado ante los indicios de rechazo y persecución que viene experimentando. Ha tratado de convencer a sus discípulos que el camino hacia Jerusalén no es el triunfal que ellos esperan sino el del sufrimiento y la ofrenda de la vida. Ellos sin embargo, `prefieren escudarse en la visión de Pedro que manifiesta expresamente que Jesús se equivoca en esas previsiones negativas y está seguro de que eso no puede suceder. Así puede entenderse esta explosión entusiasta de Jesús deseando ver que su fuego, el de su vocación y su misión, no acaba de arder con fuerza definitiva.

El párrafo siguiente constituye un intento de explicación para convencer a los discípulos   que mantienen la esperanza de un final  favorable, de que el orden social establecido no puede admitir su proclama del reinado de Dios y los actos con que él lo ha ido sembrando. En lenguaje sencillo, todo lo que afirma de la división causada, hasta en el seno de las familias, por su mensaje, exigencia y testimonio de cambio, les está avisando: Se va a armar un gran lío! Tienen que prepararse con valentía para afrontarlo.

Todo lo que ustedes han vivido conmigo y mucha gente, es lo que tendría que llegar a ser. Pero todo lo que vamos a vivir es una confrontación, desde toda la fuerza de los poderes humanos (el Imperio y el Templo) con el designio del Padre del que él ha aceptado ser pregonero y realizador, con todas sus fuerzas.

Las referencias a las divisiones concretas, que muchas veces se dan en las familias no por adhesión o rechazo de las grandes causas favorables a la sociedad humana, sino por cuestiones absolutamente materiales generalmente ligadas al dinero(valor establecido por el capitalismo, como supremo), no son expresión de deseo de Jesús, sino previsión de la resistencia al cambio que por ser tan profundo no puede dejar a nadie indiferente, tranquilo o en paz.

Si buscamos un análisis objetivo de nuestra realidad, podemos descubrir, además de diversos motivos de divisiones que provocan rupturas de vínculos familiares y sociales, afirmaciones de valores evangélicos que condenan criterios y conductas discriminantes e injustas que también provocan esos resultados.

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