Homilías Dominicales. Domingo 25 de Marzo de 2018.- Entrada de Jesús a Jerusalén. Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema Mc. 11, 1-16

Cuando se aproximaban a Jerusalén, ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos diciéndoles Vayan al pueblo que está al frente y, al entrar encontrarán un asno atado que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo y si alguno les pregunta, respondan: el Señor lo necesita y lo va a devolver enseguida. Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron ¿qué hacen? ¿por qué desatan ese asno? Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sobre él sus mantos y Jesús se montó. Muchos extendían sus mantos sobre el camino y otros los cubrían con ramas que cortaban de los árboles del campo. Los que iban adelante y seguían a Jesús gritaban ¡Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el reino que ya viene, el reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!

 

Síntesis de la homilía

Jesús no podía desconocer el pasaje de Zacarías en que anunciaba a Jerusalén la llegada de su rey, montado en un burro de carga. La decisión con que nos decía Lucas que había emprendido el camino de Jerusalén. Se muestra aquí. Sabía lo que hacía y lo tenía planeado. Así, con mucha espontaneidad toma la resolución de cumplir la profecía de Zacarías con ese desafío de entrar a la ciudad santa sumamente vigilada p por el ejército romano y colmada de judíos de todas partes, sabiendo que ni el Imperio ni el Templo iban a permitir que su misión presentando la opción del reinado de Dios fuera escuchada y menos atendida por la gente el pueblo.    En realidad, la fuerza histórica del domingo de ramos es definitiva. Allí cada uno se ve obligado a elegir su lugar. Jesús elige el suyo que es no dejar de impulsar la implantación del reinado de Dios, a costa de su propia vida y los fariseos y sumos sacerdotes también eligen su ceguera e intereses antipopulares para apoyar al Imperio en la condena de quien resulta peligroso para lo que buscan el dominio de los demás para su propio beneficio,

La entrada triunfal, adornada en sus características por la tradición y la necesidad  cristiana de un reconocimiento multitudinario y triunfal para el crucificado, no tiene importancia en sí, sino en el efecto que produjo, por una parte en el reino de los hombres (templo e imperio) y por otra en las multitudes anónimas que lograron penetrar el sentido liberador del mensaje cristiano y se jugaron y se juegan por él sabiendo que es el único modo de jugarse verdaderamente por el ser humano como hombre y humanidad nueva.

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