Homilías Dominicales – Domingo 23 de setiembre de 2012 – 25 durante el año litúrgico (ciclo “B”). Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema

(Mc.9, 30-37) dejando la montaña Jesús iba caminando con los discípulos por Galilea y les enseñaba : El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres que lo matarán y tres días después de  su muerte resucitará. Pero ellos no entendían y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaún y una vez en casa, les preguntó: ¿de qué venían conversando en el camino? Ellos callaban porque habían venido discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces sentándose, llamó a los doce y les dijo: El que quiera ser el primero, debe hacerse el último y servidor de todos. Después tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, y abrazándolo les dijo “el que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí y el que me recibe, no es a mí a quien recibe sino a Aquel que me ha enviado.

 

Síntesis de la homilía

Siguen caminando, dice Marcos. Y sigue Jesús preocupándose de caminar con ellos. Y por eso “les va enseñando”. Y les enseña lo más duro de su misión. Quedar, como resultado de su mensaje y su acción en favor de la salud y felicidad de todos, con su vida aprisionada por el odio de los hombres, que llegarán hasta condenarlo a muerte. De este modo repite la enseñanza que pronunciara después de la intervención de Pedro respondiéndole sobre su identidad. Ellos siguen sin entender. ¡Tan difícil es cambiar una estructura de pensamiento que se ha sostenido durante largo tiempo! También nosotros lo vivimos en muchos asuntos pero muy claramente con los cambios de la interpretación bíblica aportados por las investigaciones profundas de los estudiosos, valiéndose de una cantidad de instrumentos modernos para limpiar el mensaje de las adherencias humanas que lo desfiguran. Llegan a la casa y el se sienta como maestro o jefe de familia para completar su enseñanza.¿de qué venían conversando? Y les muestra lo perjudicial de su  preocupación por ser cada uno más importante que los otros, indicándoles la verdadera grandeza que consiste en descubrir y usar de nuestras capacidades para servir a los demás. Como el último y servidor de todos. Así, pretende quitar de la comunidad de seguidores que va a dejar detrás suyo, los gérmenes más dañosos de las rivalidades y separaciones, de que da cuenta en el pasaje que  leyó,  escrito por el apóstol Santiago.

Y deja esa especie de cátedra para salir a la calle y traer a un niño. Gráficamente quiere enseñar a sus seguidores lo que les ha enseñado con palabras. Un niño es la imagen de la pequeñez. Niños de la calle, huérfanos y semiabandonados, imagen, con las viudas, de los más pobres de Israel. Lo está abrazando. Dándole el cariño y protección de que carece. Y los que discutían sobre quién era el más grande, se ven igualados con ese niño, muy posiblemente harapiento y sucio Y reciben la lección de servicio que el Jesús de Juan, expresará lavando los pies de los compañeros de la última cena. Así trata de fijar la atención de los discípulos y la nuestra, en los pequeños. No para compadecerlos solamente sino para tratarlos de su desgracia que muchas veces es el rechazo y la discriminación disimuladas por la “buena educación” y la limosna. Seguramente el gesto de Jesús no sirvió para disminuir la gravedad del abandono de los niños en la sociedad de su  tiempo pero sí para dejar conciencia en sus discípulos de lo que debe hacerse en cuanto se pueda. Una actitud que debería alejarnos de quejas y burlas cuando la promoción o ayuda de los niños se hace cargo de facilitar su alimentación, su educación y el cariño de los que los rodean.

 

 

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