Domingo 7 de abril de 2013 – 2do. de Pascua del ciclo “C”. Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema: Jn.20,19-31.

Al amanecer del primer día de la semana estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entró Jesús y se puso en medio de ellos y les dijo “Shalom!” y les enseñaba las heridas de sus manos y su costado. Ellos se llenaron de alegría. Jesús repitió:”Shalom!” Como el Padre me envió a mí yo los envío a ustedes. Y diciendo esto sopló sobre ellos y les dijo : reciban el espíritu santo y a quienes ustedes perdonen los pecados les serán perdonados y a quienes se los retuvieren les quedarán retenidos.

Tomás, uno de los doce no estaba con ellos cuando tuvieron esta visión. Cuando llegó, le contaban: hemos visto al Señor. El contestó: Si yo no veo en sus manos la señal de los clavos y meto la mano en su costado, no lo voy  creer.

Jesús hizo además muchos otros signos que no están relatados en este libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el mesías, el hijo de Dios y para que creyendo, tengan vida en su nombre.

Síntesis de la homilía

El saludo judío está pleno de significados: alegría del encuentro, paz del espíritu, buenos augurios…Todo esto es lo que los atemorizados discípulos experimentan con esa exclamación de Jesús que les pinta un horizonte mucho más luminoso que ése oscurecido por el miedo por el que están atrapados. Lo sustancial del mensaje es que adquieren conciencia de ser enviados. De que todo lo vivido se resume en una misión. Prolongar la resurrección. Por eso, de inmediato Jesús actualiza el signo de la creación, el soplo del espíritu del Dios de la vida. El realizador de toda resurrección. Tienen la misma responsabilidad que el Padre me encomendó: perdonar los pecados.

Nuestra rutina de entender por pecado sólo las transgresiones voluntarias a la ley, sin importar demasiado su gravedad o consecuencias, nos traslada inmediatamente al sacramento católico de la confesión (que ya ha cambiado su nombre aunque la persistencia de lo antiguo hace que la mayoría de la gente siga llamándolo así) El enfoque disciplinario y disciplinante de la iglesia oficial, la de las autoridades, ha aprovechado este sentido para imponer la confesión como una obligación a cumplir en una multitud de diversas circunstancias, si uno pretende estar preparado para el llamado de ese Dios, que sólo perdona cuando lo hace el ministro de la iglesia.

Pero bíblicamente la noción de pecado es mucho más amplia. Se extiende al pecado transgresión, al pecado incluido en la debilidad humana, a  las consecuencias del pecado que acarrea males inmerecidos personal y socialmente. De hecho la mentalidad judía no podía por eso disociar las enfermedades de las transgresiones que se hubieran cometido.

Lo que el espíritu divino, infundido con el signo del soplo en los discípulos, tiene como finalidad  es la lucha contra todos los males que afligen de distintos modos, a los seres humanos. Es espíritu de amor y liberación. El verdadero perdón no es una disculpa que tranquiliza, es un esfuerzo por borrar todas sus consecuencias. Y a esto son enviados los discípulos, siguiendo las huellas marcadas claramente por el Maestro.

Todo parece  venirse abajo con la incorporación del ausente Tomás en el episodio que tanto ha impresionado a sus colegas. Pone condiciones para dejar de pensar lo que se le ocurre a primera vista su sentido común, que es atribuir a miedo y sugestión comunitaria todo el relato de sus compañeros. En realidad Tomás está representando a una cantidad de hombres y mujeres(que existían concretamente en la comunidad joánica) que han puesto las mismas objeciones.

Por eso, el evangelista se ocupa de disipar drásticamente con una descripción muy tocante, esa duda sostenida por la afirmación gnóstica de que Jesús no tenía verdaderamente cuerpo humano.

El testimonio nos ha llegado así y  la elaboración del mensaje contenido puede resultarnos extraña, pero la confianza en Jesús y sus enviados nos lleva a recibir el mensaje liberador y a comprometernos con él.

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