Homilías Dominicales. Domingo 2 de noviembre de 2014 – 31 durante el año litúrgico. Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Mt. 23, 1-12)

Dijo Jesús a la gente y los discípulos: Los escribas y fariseos han ocupado la cátedra de Moisés. Ustedes hagan y cumplan lo que dicen, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras ellos no las mueven ni siquiera con la punta de un dedo. Todo lo hacen para que los vean. Agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos. Les gusta ponerse en primer lugar en los banquetes y en los primeros asientos en la sinagogas. Ser saludados en las plazas y oírse llamar “mi maestro” por la gente. En cuanto a ustedes, no se hagan llamar “mi maestro” porque no tienen más que un maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen padres porque no tienen más que uno solo, el padre celestial. Ni se dejen llamar doctores porque sólo tienen un doctor, que es el mesías. Que el más grande entre ustedes se haga servidor de los demás. Porque el que se engrandece a sí mismo terminará humillado y en cambio el que permanece humilde será tomado en cuenta.

 

Síntesis de la homilía

Jesús reconoce la competencia profesional de los escribas (estudiosos de la Ley) y fariseos (con profesión de fidelidad meticulosa con el cumplimiento) Pero, en todo esto que hace referencia a la relación con Yahvé se olvidan de examinar sus relaciones con los hombres. Si se redujeran al dictado de la Ley, no habría problemas. Pero se ensañan con una autoridad que no tienen con quienes los escuchan y aprovechan para imponerles obligaciones imposibles de cumplir y como ellos no se consideran ligados por ellas, recurren para mantener su dominio a la hipocresía de las exterioridades que los prestigian frente al pueblo sencillo. Llevar muy marcados delante de los ojos las cintas que enumeran los puntos de la Ley, cubrirse con mantos majestuosos, ocupar lugares privilegiados y ser saludados en público con títulos de alabanza y honor. También hoy, desde quienes institucionalmente enseñan y reclaman una conducta social que esté reglada por los principios cristianos, se encuentran los mismos defectos enunciados por Jesús. Es como si tantos que acuden en ocasiones especialmente importantes de sus vidas, o por el gozo o el dolor, se dieran con mucha frecuencia con una pared insensible e intolerante o con exigencias que en lugar de señalar la grandeza del servicio que se presta, se transforman en cargas insoportables.

Y sucede normalmente que cuando se ocupa un lugar de maestro de costumbres o estilo de vida, la estrictez exigida para que otros practiquen los principios que se enuncian, les resulte a ellos mismos imposible de cumplir y recurran para mantener su autoritarismo y prestigio a la hipocresía y al agrandamiento de sus diplomas.

Una actitud que es posible descubrir en quienes con ambición de poder gastan su tiempo y su ingenio en desacreditar a otros como un modo de hacer que pasen sin notarse sus propias ineptitudes y la traición de los mismos principios que sostienen.

La propuesta de Jesús que podría calificarse como sociológica o de convivencia fructuosa, es considerarse cada uno como es realmente, sin pretensión de ser agrandado por títulos honoríficos, teniendo en cuenta sus cualidades para ponerlas al servicio y sus limitaciones para comprender y respetar las limitaciones ajenas.

El poder que corrompe (Mt.23,1-12)

La frase de Lord Acton y Maquiavelo tan citada con acierto y también con tantas aplicaciones interesadas, tiene una expresión en el pasaje que Mateo ofrece este domingo.

La división de clases entre los dirigentes judíos: observantes de la ley del Moisés (fariseos) especialistas en su estudio (escribas) e intelectuales críticos de su interpretación (saduceos) los llevaba, a la vez que a una posición teórica de autoridad sobre el pueblo, a la necesidad de fortalecer su dominio con exteriorizaciones de majestad y perfección absoluta en su proceder, incurriendo con frecuencia en la gran “mentira” denunciada por Jesús: la hipocresía para engañar y someter al pueblo.

Y es que, cuando el sentido de autoridad se mezcla con el ansia de dominio y la conciencia de poder, muchas veces los que la ejercen se inclinan a exigir sumisión a los demás y hasta a condenar severamente conductas ajenas, permitiéndose a sí mismos todas las violaciones a las reglas que dictan.

Es la acusación de Jesús a las autoridades del Templo, con poder sacralizado sobre el pueblo. Y la sabia propuesta del Maestro, no empuja a los discípulos a violaciones de la Ley, sino simplemente a escuchar los que les enseñan, pero a repudiar los testimonios falsos de conductas intachables y las apariencias de perfección majestática. Una acusación muchas veces absolutamente merecida por una Iglesia que carga normas incumplibles sobre la gente, mientras sus miembros más destacados las rompen impune y secretamente, con actitud hipócrita y corrupta.

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