“Si el Dr. Gasbarri, mi amigo, insulta a mi mamá puede esperarse un puñetazo”.
En el contexto de un rechazo de la actitud de venganza asumida por los inspiradores y ejecutores del atentado contra Charlie Hebdo, la revista satírica francesa, me llamó la atención este ejemplo familiar y hasta cálido para señalar los límites que ha de tener la libertad de expresión. “No se puede insultar ni tomar el pelo frente a una postura religiosa. Como no se puede insultar a la madre, sin esperar una reacción violenta”
Los comentarios posteriores abrieron mi inquietud de análisis del por qué de tantas reacciones adversas a ese pasaje del reportaje al Papa Francisco I, durante su viaje a Filipinas.
Pienso primero que hay que advertir la espontaneidad y apertura del Papa para responder la requisitoria periodística. Esa espontaneidad pareciera argumento suficiente para descartar toda interpretación desfavorable, al ejemplo aducido por el pontífice.
Recordé algo muy frecuente en mi niñez. Cuando en la escuela primaria dos chicos se peleaban y los demás lograban sacarlos del “puñetazo va y viene”, la maestra convocada, comenzaba su admonición correctora y uno de los chicos explicaba: “¡él me insultó la madre!” Ya sabemos de qué insulto se trata. Lo escuchamos con frecuencia hasta en las asambleas legislativas. Y así justificaba su agresión.
Y es muy cierto que la burla o insulto a lo que queremos o consideramos recto y verdadero nos conmueve profundamente. Pero no explica el recurso a un mal mayor que es la venganza violenta, con lo que empieza el crecimiento de lo que Helder Cámara llamó “espiral de la violencia”.
Extraigo de mi memoria otro recuerdo. Allá por los 80, se estrenó una película “La vida de Brian” que aplicaba los episodios de la vida de Cristo, de manera desprejuiciada, pero con gran sentido del humor, a un personaje paralelo, Brian.
En Córdoba la estrenaron en Semana Santa. Del Arzobispado se emitió un mensaje prohibiendo a los católicos ver esa película, que era “gravemente ofensiva al sentido religioso”. Marketing involuntario. Pocos quedaron sin verla. La ridiculización estaba muy bien lograda y medida. A mi juicio una “gran película”. Mucho mejor que la de Mel Gibson que fue vista por miles de alumnos de los colegios católicos a los que habían enviado entradas gratuitas, con autorización del arzobispado.
Lo religioso, que abarca un concepto tan amplio, aparentemente ligado a Dios (del que todos hablan pero nadie ha contactado jamás. Jn.1,18), pero cuya institucionalización carga con una cantidad de objeciones y cuyos intereses han sido y son germen de violentos enfrentamientos y guerras a través de la historia, no tiene por qué quedar al margen de la crítica, del humor, del libre pensamiento y ejercicio en cultos y ritos determinados. PORQUE SE TRATA DE UNA ACTIVIDAD HUMANA (aunque cada sector pretenda hacerla aparecer como divina).
Pero si de algún modo es justificable la indignación, el rechazo, la instrumentalización de recursos para descubrir o destapar el error o el engaño de pretendidos valores, nunca se puede justificar ninguna acción contra la dignidad y el derecho de la vida humana.
Algunos han insinuado ya una interpretación maliciosa del ejemplo aducido por el Papa. Como detrás de cada intervención (de palabra o acción) de quienes ejercen el poder de cualquier nivel en cualquier sociedad, todo el mundo sospecha un doble mensaje, oculto en afirmaciones innegables e inocentes, aquí también se trataría de una actitud defensiva de Francisco. Una especie de “guiño al Islam agresivo” para que no “se las tome” con la Iglesia, el Vaticano o su propia persona. Entre las cosas que se dijo que motivaron la renuncia de Benedicto XVI, se mencionó una amenaza de ese tipo. No creo personalmente que este juicio corresponda a la realidad.
Vivimos en un mundo en que la libertad religiosa y la de expresión están muy lejos de la maduración que exige la convivencia. Quizás no sea posible establecer juicios y pronósticos definitivos. Pero será siempre bueno favorecer la convivencia, interpersonal, familiar, institucional y social.