Tema (Juan 3,16-18)
Dijo Jesús a Nicodemo: Dios amó tanto al mundo que le dio a su hijo único, para que todo el que confía en él no muera sino que tenga vida para siempre. Porque Dios no envió a su hijo querido para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por él. El que lo acepte no caerá en la condena y el que no, ya se ha condenado porque no ha confiado en el nombre del hijo único de Dios.
Síntesis de la homilía
Difícil tema este de la trinidad. Dolor de catequistas cuando tienen que afrontar preguntas inocentes pero de gran sentido común por parte de los catequizandos que no aprenden desde el principio lo que practicarán más tarde , al acostumbrase, cuando se refiere a Dios, a aceptar afirmaciones ininteligibles porque Dios es ininteligible y ante eso no nos cabe otra actitud que eso que llamamos FE.
Juan es el evangelista que más insiste en la divinidad de Jesús, no como una realidad de
hombre penetrado absolutamente por la realidad de Dios y por eso, hijo predilecto, sino como igual al Padre e identificándose con él. Lo cual dio pie a los primeros difusores del evangelio en contacto con la cultura griega para que utilizaran el recurso de los filósofos griegos “campeones” diríamos, entonces, del pensamiento racional y discursivo. Así la Trinidad, de verdad evangélica pasó a ser estructura metafisica elaborada con los detalles correspondientes al sistema aristotélico. Y esto transformó esa propuesta evangélica en “MISTERIO INCOMPRENSIBLE”, aunque en el sistema en que se origina es perfectamente admisible y comprensible en base a la diferencia entre naturaleza y persona establecida por la teoría hilemórfica. Pero fuera de ese sistema filosófico resulta absolutamente extraña al conocimiento y sentimiento humanos.
Así, al mismo tiempo, esta revelación de Jesús como enviado de Dios para equilibrar desde lo humano y las relaciones entre nosotros, todo el cosmos o la creación que abarca la realidad material íntegra y totalmente, perdió su importancia como manifestación de la presencia constante del Creador, como Padre y como plenitud del Amor, en nuestra historia terrenal y pasó a ser MISTERIO ININTELIGIBLE DE LA FE CRISTIANA, dejado de lado para evitar objeciones. Posteriormente ante esta suerte de abandono de una verdad que ocupó tantas discusiones, reflexiones y condenas en los primeros Concilios eclesiásticos se trató de recuperar, salvando el misterio con el señalamiento (bíblico en su raíz) de que la
realidad de Dios unidad en trinidad era la muestra ejemplar para la vida de la comunidad eclesial. Definitivamente la propuesta evangélica de un Dios Padre como amor absoluto, que en Jesús, llegado el tiempo oportuno, encuentre el hombre y el momento para manifestarse en él como lo había hecho con anterioridad en el resto de la creación, para contagiar con su espìritu de amor la historia de la humanidad y transformarla en reinado de su voluntad para conducirla a su realización final, es la gran afirmación que, por la acción, nos acerca a ese Dios trascendente, inalcanzable y del que nadie puede afirmar otra cosa que es posible como realidad diferente del cosmos. Desde donde se desprende para el camino de la humanidad un modo de vivir, de respetar la creación, de ponerse en el lugar del otro, de luchar con la constancia de la esperanza para construir relaciones igualitaria y dignificantes, en lo que los que nos llamamos cristianos tendríamos que insistir con más fuerza de lo que lo hacemos habitualmente.