Homilías Dominicales – Domingo 8 de diciembre 2013 – 2do. de Adviento (ciclo “A”) Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Mt. 3,1-12)

Se presentó Juan el bautista en el desierto de Judea proclamando: Enmiéndense, que ya llega el reinado de Dios.

La gente acudía en masa desde Jerusalén, la Judea y el valle del Jordán a donde estaba Juan, confesaban sus pecados y él los bañaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban para que él los bañara, les dijo : “raza de víboras! ¿Quién les ha enseñado a ustedes a escapar del castigo inminente? Si buscan eso, den los frutos que se esperan de su arrepentimiento y no se hagan ilusiones pensando que Abraham es su padre. porque les digo que Dios puede sacarle hijos a Abraham desde la piedras estas.

Además, el hacha ya está colocada en la raíz de los árboles y todo el que no da fruto será talado y echado al fuego. Yo ahora los bautizo con agua pero el que viene después de mí es más fuerte que yo y yo no soy bastante para quitarle las sandalias. Ése los va a

bautizar con espíritu santo y fuego.

 

Síntesis de la homilía

Juan es el último representante de la ideología israelita fomentada por los profetas. Yahvé no va a abandonar a su pueblo porque los enemigos de Israel son sus propios enemigos. Y en un momento determinado por él, los destruirá completamente, devolviendo a su pueblo la soberanía y el dominio perdidos. A eso se debe el éxito de la convocatoria de Juan, posiblemente influenciado por los esenios, un grupo de judíos ortodoxos que se habían retirado de Jerusalén y el templo para observar meticulosamente en el desierto, la Ley de Moisés.

Los fariseos y saduceos con fama de observantes de la Ley, a pesar de su complicidad con el imperio opresor, se consideraban el verdadero pueblo de Israel, descendiente de Abraham. Y eso les daba seguridad de no ser abarcados por la destrucción mesiánica de los enemigos de Yahvé. Juan les quita esa seguridad e indirectamente los señala como los árboles estériles que están destinados a la destrucción del fuego. Todas estas circunstancias hacen del mensaje del bautizador, una presentación de un Dios terrible y vengativo que constituirá para Juan algo más grave, como decepción, que el asesinato realizado por Herodes después de encarcelarlo por denunciar su adulterio. Porque, al parecer, ya en la cárcel se dará cuenta que el reino anunciado por los profetas y predicado por jesús no es destrucción, venganza y muerte sino de perdón, construcción y paz.

Tenemos que reconocer que nuestra Iglesia encajada en una tradición religiosa muy marcada con el sentido de superioridad racial del judaísmo que como pueblo se consideró elegido por Yahvé, ha repetido en muchas ocasiones y de diversos modos, una predicación y predicción de la llegada del reino con detalles aterrorizantes de condenas y castigos, al estilo del Bautista.

Una cantidad de mentes esclarecidas por el estudio, la investigación y la experiencia han devuelto a la Iglesia el sentido de anunciadora del reino anunciado por Jesús. A nosotros nos ha tocado vivir diversas etapas de ese proceso, a través de varios de los últimos pontífices y particularmente de ese acontecimiento absolutamente imprevisto y trascendental del Concilio vaticano II que permitió un giro fundamental desde la disciplina y sujeción tridentina a la libertad y el amor como características del reino.

Este segundo domingo que coincide este año con una evocación de la figura de MARÍA la madre de Jesús, es una oportunidad para liberar esa figura de una cantidad de características que se le han ido sumando y han llegado a convertirla en la que salva al mundo del instinto destructor de Dios y con su influencia detiene su ira y nos facilita la entrada clandestina al reino final y pleno. Nada más inexacto e injusto. La evocamos sí como la gran respuesta amorosa al Dios de Jesús que lo presentó, el primero entre los líderes religiosos de la historia, como el Dios Amor y el Dios del Amor.

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